Diario del falso aristócrata 8

La pútrida televisión y radio emitiendo sus ondas de cero, vacío y nada. Las gentes demasiado embrutecidas y bobas para lo que soy capaz de aguantar. Me extraña decirlo, pero, deseo escribir, no sé a quién ni por qué, y, sin embargo -tiránico placer-, papel y pluma me mantienen en vela y me gustan más que el sueño y el descanso.

Pero no escribiré más. Me retiro aquí definitivamente en el campo. La estancia es agradable, inocente y tranquila, adecuada a mi manera de ser; disfruto de placeres juiciosos y moderados: pasear con la perra, leer mucho, componer mentalmente algún poema o trozo de prosa. Aunque no cultivo mi cuerpo, cultivo mi inteligencia, y, si bien se mira, el cuerpo maltrecho por mis enfermedades se robustecerá con una vida frugal. Pendiente de mi conciencia, y guardados los oídos a las opiniones y consejos del vulgo.

Qué holganza y silencio esta de mi aldea gallega. Tranquilo. Sin alteraciones. El tiempo es una engañifa; hasta las estatuas de mármol se deshacen, hasta las rocas más altas de las montañas caen.

Llegó el invierno a mi vida. Estoy en paz. Inútil recordar dolores u ofensas. Aproveché mi tiempo. Se entreabren las dos puertas del mundo; voy a entrar en la doble noche (en la noche eterna de antes de mi nacimiento, y en la noche eterna tras mi muerte)

Adiós, vivan dichosos. Y no, no hace falta que me recuerden.

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