Constantino

CONSTANTINO
De «El falso aristócrata»
Los tiburones en formol no atemperan las sensibilidades,
ni la idea del rudo filósofo o el marchand.
El arte nos pone ante un espejo y clama:
¡sois basura!¡maniquíes semejantes y ridículos!¡bostas!
El Arte se volvió igual a la vida: efímera, descoyuntada, febril,
popular, prescindible, olvidable, como chupar un chupa-chups.
Todo artesano es paria.
Toda intuición no mercantil es sediciosa.
El forjador de palabras mordisquea -masticamos- buidos mitos.
La empresa es la del cucañista, no la del anhelante de belleza.
La música ya no tranquiliza: enloquece.
No se pinta el ser, se pinta el paso.
Así que refúgiate en la aldea con tus oraciones pontificales,
alaba y honra los corzos y las albas, las lunas y los cuerpos,
piensa en las dos islas de su pecho,
y reza
reza al Altísimo
por otra especie de renacimiento Carolingio,
por otro Papado, otras convenciones,

por un orbe no carente de humanismo
y por la suntuosidad en los eólicos labios de Constantino.

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