Bienaventuranza

BIENAVENTURANZA
De «El falso aristócrata»

 

 
Ves a ese chico de anuncio
con pectorales de troyano,
tableta de chocolate en el estómago,
anchas espaldas,
piernas de cohete plutoniano
comestibles como un plátano azucarado.
Y ríes, sonríes…
Tú también tuviste cuerpo de atleta
aunque nadie lo juraría
al verte ahora fofo y gordo y cargado de espaldas
o con tus gafas negras de miope severo.
Fatigué gimnasios, ay, pero también bibliotecas.
No creo ni creí el símbolo de la felicidad una discoteca.
Ahora casi nada ligo con el Tinder.
El espíritu, enfín, cristaliza en la conversación
y conversar es pensar
y el análisis, la comparación y la ponderación
no abundan en la barra de bar.
El espíritu es logos,
no la selva desdichada y solitaria del gintónic.
A ese modelo de revista y televisión,
a esa beldad de deseo y materia sexual,
le recomendaría un acucioso trato libresco,
porque la belleza es caduca y mengua,
flor de un día,
como se dice exacta y vulgarmente,
y en cambio el pensamiento -la sabiduría-
a la inversa de la belleza
con la experiencia se incrementa
y permite al yo un cubículo entibiado.
El modelo de tapa ahora goza de un breve reino
que huirá veloz como guepardo,
como fantasma invisible de guepardo.
Cómprate entonces, guapín querido, unas gafas chulas,
y que pisen tus pies la librería, el museo, el teatro,
y ten un motivo para sostenerte en pie
más allá de tu hermosura efímera.
Aprende a argumentar tus méritos ahora que no eres feo.
Aprende a embellecer el alma frente a la futura calvicie.
Palabra del que fue, no es, y ha sido.

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