Oléis a ajo y cebolla

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En mi soledad hay un barro bizarro y pitañoso, lo admito sin complacencia y moderado dolor. Sobre un fondo de cortinas desflecadas malvivo. Un fondo con a veces unos ponientes magníficos.

Por ignorancia y error la abrumadora mayoría de los hombres están tan ocupados en tareas suferficiales y en rudas monotonías que sus vidas tienen menos calidad que una sopa de pollo de sobre. El destino de cada hombre está determinado por lo que piensa y hace de sí mismo, y jamás por la opinión pública o la conducta -burda y sandia- de rebañego.

Nunca tuve amigos. Medito y contemplo en mi latebra. En mi madriguera no sueño un sueño con amigos. Mi soledad napoleónica se nutre de lo mejor que se ha escrito y pensado. O, también, de la energía del silencio que es una fértil, tropical orquídea con los colores de Dios. Y el hecho más glorioso de mi experiencia es haberme convertido en un irrefutable loco incurable.

Escupo sobre vuestras tumbas con olor a ajo y cebolla rancia. Son mejores los huesos secos de mi yo, es mejor mi cerebro agusanado de voces y alucinaciones visuales, a sufrir vuestra acebollada compañía.

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