
En la ciencia hay una cantidad enorme de ideas contraintuitivas. Por poner ejemplos que todos podemos entender, existen las matemáticas de los transfinitos, donde se opera con infinitos infinitos de «tamaños» cada vez mayores.
Comúnmente decimos: «La parte no puede ser mayor que el todo»; pero si la «parte» y el «todo» son conjuntos o clases infinitas esto no resulta necesariamente cierto. Intuitivamente presuponemos que hay menos pares naturales que pares e impares naturales juntos, o, más claro, que el total de los naturales debe ser mayor que un subconjunto de los mismos incluidos en ellos, los números pares.
Pero razonemos un poco. Si biyectamos (es decir, ponemos en correspondencia uno a uno), cada número par con cada número natural (par e impar), advertimos de inmediato que tienen el mismo «tamaño» (1-2, 2-4, 3-6, 4-8, 5-10, 6-12, 7-14, 8-16, y así, «ad infinitum», je je…) Pero en cambio hay «más» números reales -su infinito es «más grande»- que números naturales.
Otra idea científica contranatural al sentido común es la raíz cuadrada de -1, el número complejo i, tan importante, fascinante y útil. Los números complejos tienen múltiples aplicaciones prácticas, desde el campo de la electricidad al diseño de puentes y tantas, tantísimas cosas más.
Como nota curiosa señalar que el tontolaba de Lacan en un Seminario orate típico de los suyos, comparó o identificó i con la erección del pene. Léase un capítulo del libro de Guillermo Martínez -matemático y excelente novelista-, «Gödel para todos», donde refiere interpretaciones surrealistas del teorema de Gödel de mismo Lacan «and company. Antes sonrojaron a intelectuales humanistas, respecto a su uso torcido de esa idea y otros conceptos y teorías científicas, Sokal y Bricmont, en su epocal tomo «Imposturas intelectuales» (título prudente y generoso, pues lo titula «imposturas» y no «impostores»)
Las ideas humanistas no se caracterizan en general por su renuencia al sentido común, y muchas no son más que intuiciones populares solo que tratadas o formuladas por los autores eminentes con filigranas estilísticas plenas de gracia, exactitud y elegancia retórica.
Muchos consejos éticos o sapienciales se contradicen entre sí tanto en los refranes como en sus extensiones cultas insertas en una tradición filosófica o intelectual.
X refuta a Y, Y refuta a Z, A modifica a B, C amplía a D, M matiza a N, etcétera. A veces -no siempre- un analfabeto e iletrado «a» tiene una idea exactamente igual que el erudito o gigante filosófico «A», solo que «A» la sabe expresar lingüísticamente muy bien y desarrollar sus consecuencias con capacidad o perspicacia debido a que pensó largamente en ella y además tiene el apoyo de una educación formal.
Poetas y modistas, taberneros y abogados, ingenieros y usureros, doncellas de labor y reinas, lavanderas y gitanas, clérigos y estudiantes, ladrones y médicos, y toreos o barberos o diplomáticos o ministros o filósofos o químicos o aventureros o esteticiens, muchos, muchos coinciden en algún que otro tópico literario o filosófico como el carpe diem, el vivir sub specie aeternitatis, el amor ferus, el beatus ille, el hedonismo, el furor amoris, el homo viator, el ruit hora, el ubi sunt, el vita-somnium, el empirismo, el utilitarismo, etc…
Pero, claro claro, clarito y claro, no es lo mismo que lo piense Paulo Coehlo o Virgilio, Wayne Dyer en lugar de Epicteto, Deepak Chopra por Hume, es como vivir (metafóricamente) en la casa Lacroix o en un suburbio grafitero y okupa, es como comparar las hazañas de las Vidas paralelas de Plutarco a que Yola gane un reality.
Desearía que abundara lo bueno y selecto (buenos libros, buen arte, buena música, buena poesía, buenos viajes, buena democracia, buenos políticos, buenos Papas, buena televisión, buen periodismo, etc…) entre los hombres y en el universo, aunque tal deseo no lo afirma o prueba la experiencia.
El ideal educativo ahora ya no es una suerte de intento de «elitismo para todos» (ser elitista semeja algo así como pecar «per angostam viam») sino un felicísimo y emocional «todos antielitistas».
Muchos seres humanos creen en la importancia y extrema dificultad de abolir el tiempo centrándose en el aquí y ahora. Así lo digo yo, un aldeano vulgarzote y presuntuoso. Curémonos en humildad citando a Silesio y Wittgenstein, mentes creativas y ejemplares, que aproximadamente expresan un pensamiento similar.
«Hombre, si te lanzas en espíritu más allá del espacio y del tiempo, puedes a cada instante habitar en la eternidad»
Angelo Silesio, Peregrino querubínico
«Si por eternidad se entiende no una duración temporal infinita, sino la intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive en el presente»
Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus
Y ya que todos convenimos con el proverbio televisivo «Menos colorín, y más latín», dos muescas más sobre el eterno ahora:
«Nunc fluens facit tempus, nunc stans facit aeternitatum»
Boecio («El ahora pasajero origina el tiempo; el ahora que permanece, la eternidad»
«Ita nunc sive praesentia complicat tempus» Nicolás de Cusa («El ahora o presente incluye todo tiempo»)
Pues vale. Y «Vale».