
Tengo un ojo ortopédico para lavar en el fregadero.
Ayer oí en la SER a una psicóloga que afirmaba
que los solitarios vivimos mucho menos y enfermamos mucho más.
Ceno solo frente al televisor como un viudo con cáncer de vejiga.
Elogio las razones de los muertos.
Sueño -gracias al Tranxilium- con murmullos rosáceos de coches de caballo
y zares en el invierno de su exilio.
Mi soledad -creo que lo sé- es como una furgoneta
despiezada minuciosamente en la chatarrería.
Pero me acompañan los sonidos nocturnos de valles y montañas,
el aliento de un dragón resguardado secretamente en el bosque,
las voces locas en mi cabeza,
el lento fluir de la cierva que lame mi espalda desnuda,
mi modesta imaginación, infectada de silencio, propendiendo al exceso,
como hélice o turbina fuera del eje,
y respiro altas montañas verdes muy amuralladas.
Lo intenté. Hacer amigos, relacionarme, ser sociable;
sé que gracias a los otros tu mente no es un camino angosto de aldea
sino mullidas alfombras de autovías bifurcándose y plazas de mármol,
que no te achicas sino que tu vida es dulzura de cosa eterna.
Sé que poco valen mis albas de juguete y hojalata.
Sé que mi soledad es una tiniebla de sombra de perro.
Pero me dáis asco, ladies and gentlemen.
Me molesta el rugido de vuestra osamenta al acercarme la mano,
los incisivos y las colillas de vuestros ojos arrugados,
vuestras oligofrénicas rodillas sucias.
Con amigos y amores fuera acaso decente y no el loco misántropo que soy.
Para mí un gesto tierno y una caricia cómplice es un bosque de culebras;
siempre me ocurrió esto.
Prefiero mis infartos (la psicóloga explicó que eran uno de las consecuencias de la soledad),
el vivir en las afueras, mi vocación de intereses impersonales,
a vuestra sonrisa Profidén mameluca.
Adoro mi intestino abultado de mierda.
Mi vida tiene como símbolo una taberna aislada en los caminos aislados del destino.
Lo admito con júbilo. Sí, el diablo fabricó mis genes.
Debí nacer y nací. Lo opuesto a ruina y lástima.
Perdonadme si he sido un monstruo.