Étimos

ÉTIMOS
De «El falso aristócrata»
La sala de espera del vestíbulo provinciano,
el matrimonio, la atiplada luna,
la dentadura postiza dentro del vaso de agua,
los coches y el lunes y el hábito,
los Bancos, la cocaína, los confeti sobre el suelo
en el vagón del metro,
los aqueos, el cine, el jardín botánico,
la amistad y los ojos y la discoteca,
el amor y el espíritu y la biblioteca,
los bares de los polígonos industriales,
los párkings color índigo, color rata mojada,
la amenaza del alba, también la súbita gótica madrugada,
la sombra chata, polvorienta, ajada, triste de los bosques,
el metalizado psicópata y animal de la metrópolis,
los pasos de cebra húmeda, el adolescente y su
videojuego,
los palacetes con grifos de oro y sombras de fantasmas,
la poca luz que alcanza cualquier sabiduría,
Alejandría y un bebé solo en la cuna, Nogueira de Ramuín y una perrilla durmiendo muy quieta junto a mí,
el estreboscópico agujero del corazón,
las callejas, las aldeas, las verbenas, los museos,
la música rubia y lenta sobre los labios,
el jungle y las raves y las ermitas,
los poetas y los reyes,
la nieve que cuaja encima del campo verde,
la televisión gagá, la mercadotecnia mercachifle,
los tour operadores,
las escaleras mecánicas, los acristalados perfumes,
y kleenex y jeringuillas y coca-colas y tantas alcantarillas,
las verdes estrellas de la infancia de Jesús,
las rosas estrellas con mucho ser y poca nada,
los periodistas, las farmacias, las fosforescentes tiendas atiborradas…
a qué seguir…
todo retahíla de palabras o expresiones que proceden o derivan
de un único término omnipotente y universal,
omnisciente y no benevolente,
de esa negra palabra con bilis pegajosa
que en castellano llamamos, no sin temor ni nervioso temblor,
«soledad».

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