VAMPIROS
De «El falso aristócrata»
Recuerdo que con trece o catorce años, cada tantas semanas,
me levantaba con una gotita pringosa en los slips.
Los amigos -bueno, yo nunca tuve amigos en la infancia-,
la pandilla nos íbamos a las construcciones u obras a fumar Celtas
y a masturbarnos en común. Yo nunca eyaculaba.
Pero eso en nada me preocupaba; tenía el judo, el aikido, mi bicicleta
Panther roja con radios de moto y cambio de marchas,
tenía a Stevenson, Poe, Torrente Ballester, Cela, las clases
de idiomas y música y dibujo privadas.
No hice el «cambio» hasta los quince años. Y fue a principios de julio de
mil novecientos ochenta y seis, a lo mejor un día catorce como hoy mismo.
Era inocente, muy inocente, pero tenía la inclinación natural del instinto
que esta época mema remeda con clases de «educación sexual».
Entré y me encerré en la habitación con el Interviú.
En fotos estelares estaba el desnudo de una rubia cuarentona
amante de no sé qué aristócrata famoso.
Bajé el calzoncillo.
Miraba a la mujer cuajada y la erección empezaba a ser mítica, desacostumbrada.
Imité lo que hacían mis amigos en la obra.
El glande ardía, la verga era un durísimo durazno.
Muy pocas acometidas después, estremecido, enfebrecido,
me disolví en un enorme charco de placer, múltiples filamentos saltarines
de láctea foundé salpicaban la sábana y mi estómago.
Era el nacimiento a la más exquisita felicidad.
Poco después toqué un pecho de adolescente y a los dieciocho me desvirgué. Pero, en este poema, me gustaría acabar
con una elegía al rostro vulgar pero excitante de aquella mujer, de aquella amante mía,
de ella desnuda en la revista (sobre unas piedras blancas en una playa que parecía tropical)
A ti, hembra amada, novia primera mía, loca de amores y fiestas,
cuerpo hermoso y maduro,
decirte que el duro tronco de mi falo penetró
en la boca de yerba de tu sexo,
que me embrujó el fuego de anémona y jabalí de tus muslos,
que el agua suave de tus senos es el Finisterre donde quiero exiliarme,
que tu alma era una sinfonía de noches de guerra
retumbando en mis labios,
que tu luz expresaba un orden donde la materia no muere,
y lepidópteros de lino eran tus piernas
y membrillos lunares tus ojos
y anillos de malaquita tus omóplatos
y una luna trigueña tu cabello rubio y suelto, largo y desordenado.
Fui un vampiro que clavé mi deseo en tu piel.
Sí, ciertamente en un plano simbólico y no en el real.
¿Pero no es el plano onírico a veces más verdadero que el pobre, chato plano real?
Un beso para ti darling, mi fantasma en el tiempo…