El búho

EL BÚHO
De «El falso aristócrata»

 
Mi casa lleva cerrada meses. A cal y canto.
Pero apareció un búho en el pasillo y voló hasta mi habitación.
Mamá y yo, con cuidado -los huesos de los búhos son todo aire-, con ardides, lo sacamos por la ventana. Una ventana lisa y monocroma que enseña al aire las aseveraciones de la noche.
Laicos devotos y empecinados eclesiásticos ya no creen que Dios haga milagros.
Rezo. Abro la puerta del comedor. Y aparece otro búho.
Misterio del mar en la más dulce hora de la noche.
La Virgen se apareció siglos atrás a pastores con ojos niños color olivo fresco.
Mi mamá se asusta. «No temas. No son búhos, serán el alma de los búhos con huesos delicados llenos de aire».

Es el milagro de Dios en alma de búhos.
Abro la persiana automática de la galería. Abro las ventanas de la galería.
El segundo búho vuela soberbio, lento, y a la primera, sale al cielo morado de la noche, hacia su boda enamorada.
Un milagro más hospedando el sacro y emplumado airón de la madrugada y la corona de mi aldea feudal.
El Siglo de las Luces está en la cabeza de los búhos.

El siglo de los labriegos está en los huesos de los búhos.

El noble gesto de un César alto está en un par de búhos gallegos.

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