Viva por ellos

Llueve. Pocas ganas de leer y de vivir. Hoy traduje, para mí, poemas de Edward Thomas. Quedaron chapuceros, manazas y poco escrupulosos, pero, en cambio, qué dulce es el ocio intelectual, el otium cum dignitate. Traducir es la mejor manera de aprender a escribir; una verdad palmaria, indisputable. Me gustaría traducir a moralistas franceses o bien a los goliardos, cuyo ocio -en contraste- era hedonísticamente tabernario. Tengo varias libretas acabadas con esbozos o primeras versiones de traducciones. El traductor es hoy muy mal tratado por las editoriales, con sueldos de mera supervivencia y gran precariedad. Creo que es un oficio con poco futuro, elegíaco, que acabará pronto como la tejería o la alfarería o la ladrillería, cuestión que explicó con maestría Javier Calvo. Una buena traducción es un hecho cultural muy importante, un aporte muy significativo y trascendental. Viva por ellos. Viva su trabajo. Viva su artesanía.

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