
(1) No existen élites visibles de patente que fiscalicen de modo coherente y organizado (no ocasional y errático) los errores y desmanes del gobierno, la educación y la sociedad.
(2) No pertenece la nación al grupo de las innovadoras (como EE.UU, Canadá, Francia, Alemania, los países escandinavos, Nueva Zelanda, Australia, o Israel) que gracias a su investigación, conocimientos, y desarrollo técnico y tecnológico, están a la vanguardia del planeta. Al igual que Portugal o México o Costa Rica o Argentina u otros, el nivel educativo medio permite solo asimilar las innovaciones de los países punteros, convirtiéndonos en un país receptor, no, insisto, innovador.
(3) Nuestra democracia, con el surgimiento de populismos de derecha y de izquierda, vive una suerte de «patología democrática», por lo que podemos o pudiéramos acercarnos al suicido o inmolación política.
(4) Los gobernantes o timoneles son todo menos aristócratas del pensamiento y la acción. La democracia es un sistema cuya mejor virtud es su legitimación (acatar la soberanía popular aunque sea desacertada) pero, como defecto inexorable, acarrea que pueda elegir mandatarios incompetentes, y, dado que la mayoría propende a elegir similares, también ocurre que nunca sea un gobierno de los mejores. La «vox populi» no es necesariamente la «vox coeli», antes al contrario. Los mejores raramente son comprendidos y aceptados por la mayorías. Esta tiranía de la mayoría mediocre tiene en España el defecto de débiles contrapesos y de una pasmosa ignorancia intelectual del votante medio.
(5) La democracia en Occidente conlleva un régimen económico, el Estado de Bienestar, que solo es alcanzable en sociedades de un alto nivel de riqueza y renta. Históricamente la democracia avanza a medida que se desarrolla la economía. Una debacle económica puede producir retrasos o involuciones democráticas.
(6) En España (y otros países) los órganos gubernamentales no se rigen por el escrutinio de la razón y los principios, por la verdad y la virtud, sino que se subordinan lacayunamente a la opinión, a los vaivenes de la opinión pública. Este cultivo de la opinión pública demagógico impide que se gobierne con cierta ciencia basada en la eficacia, equidad, justicia, y de las constantes inmutables de la lógica.
Como colofón a estas observaciones aseverar que el negro marasmo o encrucijada a esta pandemia que sufre España, cayó en el peor de los momentos. Con un gobierno decididamente de cuarta fila. Acaso, y seré fatalista, siempre sea así. Pero acaso no siempre.