Lectura de Luis Antonio de Villena

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La obra a reseñar es «Grandes galeones bajo la luz lunar», Visor. Debido a la informalidad e inmediatez de las redes sociales, que casi exigen una efímera escritura de ocasión y muy autoindulgente, mis impresiones serán de orden general, pero, aunque discurra con algo de perplejidad, permítaseme la vanidad insensata de afirmar que no deliro solo con valentía.

Villena es un clásico, un autor que exige demora, atención, minuciosidad. Su poesía oscila en este libro entre una dicción marcadamente culta, propia de aquel cuya fuente es la irrenunciable tradición literaria de lo mejor, y el coloquialismo sereno y siempre elegante. Nunca su idioma se extravía en la ribera de la ininteligibilidad, no cae en esa poesía como un álgebra hermética y gélida. Si el humanismo es hacer común lo selecto y sublime, su poesía es humanista. No hay aquí arbitrio, sino la necesidad (o la exigencia) de la belleza. Villena sabe razonar, sabe meditar, es un maestro en traducir significados cognitivos en significados emotivos ganando temperatura lírica en el traslado (seguramente debido a su íntima familiaridad con el simbolismo). La cultura es el atrezzo feliz de la vida, lo único acaso por lo que vale la pena vivir, aprendemos de modo implícito al leerlo. Resaltar también que sus sugestiones homoeróticas son enfáticamente memorables (un tema donde en una antología de su obra completa pueden aparecer siete u ocho obras maestras incontestables y definitivas o acaso más, y que aquí vemos -y cito al azar, de memoria- en «Marcelo /Medellín», «Sixto», «Nino» o «El viejo actor»). Es propio de un bárbaro intolerante, fanático y rústico, es propio de una acusada mediocridad no asumida, el desprecio al gay. Lo que es infame y abominable es justo ese mismo desprecio. Si la literatura, entre otras cosas, instruye, si ensancha el entendimiento y el corazón, si leemos para aproximar a nosotros, o poder aproximar a nosotros, elementos para adquirir la capacidad de dirimir y juzgar, de razonar y comprender, de sentir y emocionarnos, si la literatura tiene una dimensión empática, la obra de Villena es hondamente cívica, humanista y ejemplar (no me canso de repetirlo) Su moral libertina es una cuña contra cerrados dogmáticos de sacristía (y conste que yo, a pesar mío o, mejor, a pesar de la iglesia, soy tensamente católico) En estos galeones hay como un vitalismo crepuscular, un vislumbre de la odiada decrepitud, una enmienda a la civilización moderna («Edad Media Tecnológica») que parece que todo lo abaja, donde el pueblo se ha convertido en populacho («chusmerío») debido a la influencia de los mass media y las nuevas tecnologías y el ocaso o fracaso de la educación (ya observó sagaz Galbraith que las democracias contemporáneas viven bajo la amenaza constante de la influencia de los ignorantes), en estos galeones, en fin, se percibe un deseo de transustanciación o una quimera: otro Orden. Leer a Villena ennoblece, y en un mundo donde existe tanto ocio degradante y tanta bronca tabernaria, eso honra a sus lectores. Es muy interesante leer el último tomo de sus memorias y este poemario de modo paralelo, ya que claves biográficas quedan desveladas en la información de muchos poemas.

Mi padre decía que el queso es el complemento de una buena comida y el suplemento de una mala. Estos «Grandes galeones bajo la luz lunar» saben a queso exquisito. Quiero terminar con una advertencia, insistir en ella; la poesía no se comenta panópticamente, sino que se debe entrar al detalle, comentar los poemas uno a uno, vivirlos en la bendición de la soledad, contemplarlos con la emoción de la lentitud, sentirlos con la paciencia del silencio. Un gran poema debe mezclarse en tu mente, debes aspirar a poseerlo con tu memoria, te debe provocar el don del discernimiento, el asentimiento o la convicción cierta del asentimiento si te imaginas que tú eres el poeta. Invito a leerlos para saborearlos, no para tragarlos compulsivamente. La bochornosa poesía de las redes poco más es que un vagido tardoadolescente. La fruta verde inmadura no nutre. La poesía de Villena es fruta que maduró convirtiéndose en la sublime melosidad de una compota. Me importa un comino que esta reseña parezca una apología acrítica. Tanto me dan los enemigos de Villena (parece ser que abundan) Yo soy un escritor diletante y aficionado pero creo que un buen y competente lector. Y él es una apuesta segura. Contaré como colofón una anécdota; una vez le escribí un e-mail  con archivos de unos poemas nefastos míos, o mucho más que nefastos; me contestó como un auténtico caballero (y, para los oídos de maledicentes, soy muy feo y gordo) A otro poeta infinitamente peor le escribí el mismo e-mail ¡ y me contestó su agente literario recomendándome su obra! Creo que la anécdota sirve de categoría.

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