
Leo para ensanchar una existencia solitaria y precaria. Consciente de los límites sobresalientes de mi yo y mi experiencia (a nadie conozco en profundidad y mis propias introspecciones carecen en sí mismas de la suficientes calidades), la confrontación literaria y filosófica es una fuente de construcción de la personalidad. Asimilar la idiosincrasia o extrañeza de los genios es una tarea titánica; sus convenciones suelen desmentir la normalidad, sus puntos de vista sobre el mundo y la vida son muy originales porque son inusitadamente profundos. La imaginación, la creación, el razonamiento, la expresión elocuente y elaborada de una ultrasensibilidad, son dones desigualmente repartidos, elitistas, que niegan la obsesión igualitarista democrática. Las grandes meditaciones del arte, las grandes mentes, alumbran tus bujías internas.
¿Cómo soy yo? En gran medida el legado de la burguesía hacendada culta (hoy en trances de desaparición, sino ha desaparecido ya) conformó mi personalidad y mi tabla de valores; crítica al ocio tabernario e improductivo, respeto ortodoxo a la autoridad, religiosidad formal en lugar de popular o intelectual, gusto por el realismo, amonestación a las fantasías bohemias o extravagantes, persecución de la solidez, animadversión a sueños utópicos, conservadurismo y orden en las costumbres, aprecio a la familia, insulto a la lujuria y al lujo chabacano, egoísmo y orgullo de clase. A lo largo de mi vida existieron tensiones entre ese legado y mis propensiones caóticas, mi tendencia (acaso ineludible) al reino romántico de la noche. Esa tensión agónica entre el asianismo y el aticismo, entre lo apolíneo y lo dionisíaco, esa naturaleza bifronte, a la postre me sirvió para evitar un carácter dogmático e iliberal, incluso para adquirir la capacidad de advertir y asumir la ironía (que a veces niega en su contenido implícito lo que afirma en su aserción explícita) En resumen, mi encantadora burguesía nutricia me proveyó de patrones, esquemas, mapas, brújula y camino. Su memoria oculta y tradicional creo que es un indudable valor de la civilización, y que, puestas en la balanza, sopesando, pesan más sus virtudes que sus vicios. Pero la lectura solitaria y reflexiva eliminó en mí el temor a ser impopular, justificó mi soledad aristocrática, amplió mi capacidad de comprender más allá de los estrechos límites de mi círculo, anuló creencias y conductas tontamente normativas o intolerantes, insufló espíritu a la heterodoxia. Si como burgués culto no hago ni me permito gilipolleces, como lector culto no permito que me inundan las mamarrachadas y las ambientales banalidades extremas sin fuste. La burguesía me dio convicciones convencionales, la lectura me dio convicciones adquiridas. Si ensanchas el yo no te miniaturiza la telebasura, la mediocridad inevitable, o la vida pobre y rutinaria. Despierta y lee.