Contra mí

an old book in a shelf
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Admito que no soy fascinante porque soy normativo y ortodoxo. Mi capacidad de innovación se limita al plagio. Mi capacidad de amar se cifra en lo previsible. Los sentimientos tópicos a menudo indican sentimientos falseados; mea culpa. Mi «daimon» es rutinario, mi locura sensata, mi pasión medida, mis suicidios ilusorios, mi alcohol no embriaga, mis elementos islas o máquinas o vidas convencionales sin crímenes, mis meditaciones mofas engreídas, mi corazón un nido de víboras introvertidas y tímidas y muy autistas. Como tonto que soy lo máximo que puedo lograr es hacerme el listo, pero mi naturaleza no me permite ser el inteligente audaz que se finge tonto. No escondo secretos; acaso una impostura de creador. Raspo palabras y solo aparece un corazón marchito. La hemorragia de mi cerebro es como un guijo insignificante en el fondo del agua. Mi razón impersonal anhela visiones alucinadas; la del amor que aroma los bosques, la del sexo como champaña fosforescente dentro de los ojos de un gato, la de la ternura quieta que mueve el pensamiento de un adolescente retraído. Las más homogéneas ideas uncidas con violencia al yugo de la imaginación más cautiva, la leña seca y obtusa de mi insensata vanidad, las pasajeras pulsaciones donde estuve realmente vivo y no congelado en el inmutable vacío de mi aislamiento, la inferioridad espiritual que acogerá la urna de mi tumba, las cosas que no me hablaban porque (tragedia y verdad) fui incapaz de crecer y amar, la pastosidad de un carácter débil con un destino por tanto también débil, la grotesca fantasmagoría de mis fuegos fatuos, los nombres de las flores aprendidos en libros de botánica y no en el jardín de la experiencia, la imposición escandalosa de los mitos conservadores y clásicos que creo a pies juntillas, la piadosas pesadillas de muerte que me abrasan y transportan porque la fantasía compensatoria de la aniquilación es una lente exacta de la pudrición de esta pequeña y mediocre alma mía, el resentimiento ante la exultación de felicidad de la turbamulta, mi aristocracia de obispo chusquero y cagapoquito, mi incapacidad para ver espejos o lámparas en las palabras oscuras, la distancia moral (sideral) entre lo exhibido y lo real, esta titánica noche en que ando a tientas, el rancio rocío que cae sobre la hierba de mi boca, y la palmera sin frutos y las hélices mordiendo mis labios.

Estoy algo borracho. Escribo muy mal. Cansado y triste. Espero incrementar vuestra conciencia de vulnerabilidad e insatisfacción con mi autocrítica. Me acosa el temor perpetuo de ser un diosecillo insignificante. Esa verdad fermentando hondo. No estoy solo.

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