
No me gustan estos tiempos romos y abajados, tontuelos y memos y tartajas. Carecen de educación y humanismo. Tiempos de fantoches y horteras, de trapisondas y lameculos cucañistas. Crecí en una clase privilegiada, en una burguesía hacendada cultísima, con clases privadas de música, idiomas y dibujo. A esquiar en invierno y a Sitges en verano. Aquel mundo emitía unas radiaciones como un crustáceo desperezándose lentamente, crujía todo como una osamenta articulando mis miembros y mi sangre. Desde poco antes de la crisis el mundo se volvió muy feo, horrible e invivible. Como agitanado. Como de mercadillo balbuciendo baraturas sin calidad. Como de histéricas verduleras berreando. Un muncho chato y vacuo de hombres incultos y maleducados que se vanaglorian de su ignorancia. Yo ya solo vivo en la dulzura intemporal de mi mente. Algo me salva; sé que no envilecí mi vida. Que hay oro en mí. Que hay como un cerebro de Dios y no un engranaje de máquina. Pero una propensión melancólica me ataca pensando en los adorables viajes de antaño por Europa con papá y mamá. Ahora soy un rentista pobre. Escribo -mucho- para mí y leo para la gloria. Lampedusianamente. Y nunca pienso ponerme a trabajar. Eso ni pensarlo siquiera, jamás. A veces en mis poemas, como una estrategia de disposición retórica y de efectos de impresión en el lector, exagero las notas despreciativas y agresivas hacia los diferentes a mí, pero mi natural (os lo aseguro) es de simpatía y bonhomía y serenidad. Si desprecio a los demás es porque también me desprecio a mí mismo. Triste destino ser pobre habiendo sido rico. Ahora mi riqueza es de carácter, de cultura, de nostalgia y sutilezas. El mundo registra fácilmente ideas nuevas; más dificultosamente registra experiencias nuevas. Mi experiencia es de apocalipsis, decadencia, caída y derrumbe. Mi mundo se desmoronó y vivo como en un helado exilio. Mi vida consiste en limpiar de nieve los escarpines de la zarina y defenderla con mi vida de los lobos. Huimos por la estepa en un trineo blanco y recio. Cae cellisca de las nubes.Detesto lo nuevo.
Este mundo moderno no será castigado; es el castigo mismo.
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El libro que remite a la gramática, a la retórica, que alude a la tradición literaria y humanística, donde resuena cristalina la civilización, este tipo de libro no lo quieren, no les agrada, los nuevos lectores. La secuencia donde se inserta el libro debe ser extraliteraria, y sus fuentes hermenéuticas no intelectuales. Esta lección la quise aprender en mi poemario «El falso aristócrata», donde eliminé quincalla retórica y «poeticidad» a cambio de cierto alambicamiento pulp, donde mondé literatura o la cambié por publicidad . Lo que a mí me gusta, el lector moderno lo considera hojarasca, broza, aditamentos grasos. El libro debe adelgazarse de ingredientes culturales, convertirse en un objeto liviano, light, etéreo, tenue.
Son los tiempos modernos, nos gusten o no.
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«Un libro es como un espejo: si un asno se mira en él, no puede ver reflejado a un apóstol» Lichtenberg
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Meditando sobre el alma, como un trallazo, vino a mi mente la opinión, avalada por la matemática teoría de juegos, de Italo Calvino: «Lo mejor que cabe esperar es evitar lo peor».
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-Defíname «divorcio».
-El triunfo de la esperanza sobre la experiencia.
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«En política ser estúpido no es precisamente una desventaja» Napoleón. Claro, así son iguales los electores a los elegidos.
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Irene es la ministra que más ha tenido que tragar y más duro lo ha tenido.
¡Todos con Irene!
