
Paz a los hombres. Nunca fue fácil el vivir.
Deseo el silencio casto y conventual de la luna,
y vivir libremente, olvidando los años.
¿Gozar de una gloriosa medianía?
La tentación de alejarse de los pleitos,
y huir, y apartarse, y aspirar a lo mínimo.
¿Desasosiego? ¿Fiebre? Dos ejércitos sin alma.
Levántate pronto, desayuna un dedo de vodka
con limonada, toma unas tostadas
con aceite, ajo y sal, pasea por los bosques
con tu perra, y dedica el resto del día
a traducir a Pessoa, a contemplar la poblada
galería de tus recuerdos…
Y cómo agrada entonces que tanto guste
lo que los sabios crearon para que te gustase,
cómo agrada el recto rímel de las estatuas,
el tempo lento y amoroso del piano,
bogar por islas donde ella braceó desnuda,
la tibieza de las flores, el crepúsculo sobre el río,
el cortejo de nubes naranjas al ocaso,
el campo cultivado con amarillos serenos.
Y cómo acolcha la noche con su libro,
o la cumplida modestia de una sencilla idea.
De la confusa selva del pensamiento contemporáneo
apártate, del mundo mendaz retírate en biblioteca.
Ajeno al mundo, aplasta su hosca desmesura.
Pide la altura de quedarte al margen:
la carne es impura, el espíritu enemigo.
Lee -saboreándolos- a Suetonio y Polibio,
paladea la rica prosa de Tácito, escucha al sutil
animal perfumado de la noche, evita los tenebrosos
hoplitas pletóricos de lucha…
Graba pues en tu memoria estas palabras,
señales y símbolos que rigen tu destino:
Feliz aquel que, ajeno a los negocios,
como los primitivos,
labra tierra paterna con sus bueyes
libre de toda usura;
que no oye el agrio son de la corneta,
ni teme el mar airado,
y evita el Foro y las soberbias puertas
de los más poderosos;
y los largos sarmientos de las vides
une a los altos álamos,
o contempla de lejos su vacada
en un valle apartado;
y, las ramas inútiles podando,
injerta otras más fértiles,
o guarda espesa miel en limpias ánforas,
o esquila sus ovejas”
Feliz aquel que de pleitos retirado.