La mar

Es una denunciable quincalla retórica pensar que la mar es símbolo de libertad por antonomasia. Muy al contrario su trenzado sonoro indica la gran oquedad de saber que vives igual como morirás: solo. Ulises tuvo una erección al oír el canto de las sirenas. La mar se oye cuando la nieve en la bota del marinero se traslada de Terranova a New York; restos de nieve sucia sobre el pavimento caliente. La mar es una puta muy hermosa que se prueba vestidos lacados y sostenes dorados para seducirnos, y que nos paraliza como a ese esteta loco que busca imposibles imperfecciones en su cuerpo azul. La mar se sube sobre sí misma, cae dentro de sí misma, se bambolea como la respiración de un buey inmenso, y tiene dos millones trescientos mil peces luminescentes que se carcajean de los albatros. La mar derrumba atuneros, transatlánticos, veleros, yates, mancha al petróleo -que no al revés-, se burla de los enamorados, dicen los periodistas mejor informados que su conflicto con la luna es inmemorial, los filósofos no saben usarla de metáfora si no añaden de paso un navío ambulante, da pena a los niños tuberculosos y delgados y melancólicos, no es muy alta (mide más el dinero de Wall Street), no es demasiado cuca (bien mirado tiene la monotonía del lunes alargado, del lunes fatigado de muchos años en la misma oficina), es firme en ademán y trazo como las rectas sentencias de muerte, desengaña a los ricos, hace creer a los pobres que cada gota, gota a gota, se tumba la roca, la roca se tumba, y es manifiestamente mejorable su civismo para con los meteoritos y los jardines. Tiene una mente liliputiense que tomamos por aguda por un mero error de volumen, el salitre -caramba, amado lector, en esto no hay disputa- es otra forma de achicharrar sentinas malolientes y nacientes lombrices, a Forster Wallace el mar siempre le recordaba los tiburones y las calamidades, Forster Wallace se suicidó con una cuerda de agua de mar, a Virgilio el mar le recordó que la Eneida era una obra inconclusa y defectuosa (hay que pasar la lima al poema sabía sin asomo de duda, pero el emperador se comportó como un fan irreflexivo y fanático) y, de paso, el mar tiene de color del vino lo que usted de propulsión aeronáutica, de arquitectura babilónica, o sensibilidad de voz grave de arcilla o ardilla. La mar es un timo por convención, una conveniencia de mafiosos soñadores y violentos, un cubilete de parchís de metacrilato que asesina, un sudor de hombres rudos y aguardentosos y un lío de palabras en el diccionario que explica las partes de un barco. La mar, y ya no insisto más, es un mito que nos hace felices. Bien, y que así sea. Burda, feble mitomanía. La mar.
Lo que yo no me explico ya nada es por qué cada día la amo más.

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