
Necesitas una enorme dosis de afecto,
la misma que eres justamente incapaz de metabolizar,
la misma que necesitaba aquel chaval del manicomio
y al que tú en una reyerta le rompiste los dos brazos.
Tu corazón es una gaviota destrozada en la turbina de un avión.
Tu alma es piel chamuscada de judío en el crematorio.
Tus calzoncillos hieden a esmegma y tus horas a bilis negra.
Tu vida la encierran círculos ácidos de orín de gatos demoníacos.
Escribe con letras arial narrow la palabra «Christian»
y verás un espejo que refleja braguitas ensangrentadas
con el pespunte deshilachado debido a tus dentelladas de lobo.
Urge la inmensa sabiduría de la Nada o que de una vez
se disgregue tu memoria y tu cerebro en el caos esquizofrénico
igual a las yemas de los dedos abriendo cartas de hijos suicidas.
La soledad es un odioso músculo que mueve
lentísimo un pulmón de buey asmático.
La soledad son extravagantes noches lluviosas
en malos días de invierno.
Es un tenebroso soldado ruso estuprando sañudamente adolescentes.
Un bar de cuadro de Hopper.
Una titánica mina de gas nauseabundo.
Un frío polar que agrieta dulces memorias antiguas.
Un lupanar con ojos grandes de madres expósitas.
Una agonía que llena de rabia y pupas los labios.
No soportas tu soledad, pero te resulta emocionalmente insoportable la compañía.
Sin la niebla violenta que cloquea en tus ojos
no puedes ni respirar ni pensar.
Solo sabes escupir en las dulces arenas rubias
que liban las muchachas en las playas doradas.
Es ya demasiado tarde para el amor
y demasiado utópico elegir la bufonesca bondad;
Señor, Señor de la Luz, perdóname o condéname
porque fui -soy- un monstruo solitario y agresivo.
Que los torbellinos de la nieve me concedan
el silencio de la última compacta extinción.
Que la emperatriz herrumbre y arrugue el óvalo de mi cara.
Otra vez te arrellenarás en la butaca con la bandeja
para cenar solo y muy autista frente al televisor.
Otra vez la acedía galopará entre los restos de la comida.
Otra vez se entrometerá en tu sangre el asco hacia la humanidad.
Otra vez, mientras lees desganado por la noche,
sabrás que los libros son solo un montón de mierda.
Sí, parece ser que este mediocre poema
serpenteó hacia el rústico tremendismo.
Acábalo para compensar con un gesto clásico,
romano, sereno, civilizado, senequista.
Dispón la «gillette» en la cómoda, a punto,
toma montones de ansiolíticos, y, sin épica, sin grandeza,
sin estética y sin ética, como un trallazo y un ritmo
de coribántica Mnemosine alcohólica,
muere al fin igual a cómo has vivido
y acude muy presto a fruncir tu oscuro ceño con el infierno.