Diario de un esquizofrénico IV

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(Monólogo del mono loco. Solo)

En mi soledad hay un barro bizarro y pitañoso, mejor será que vuestra acebollada compañía.

La soledad no es buena ni mala, sino un punto de intensa y atemporal autoconciencia, un comienzo nuevo de sensibilidad; te pone en íntimo contacto con tu propia existencia, y, si no fuera esquizofrénico, con los demás en un sentido fundamental. Tampoco negar que la soledad va unida a peor calidad de sueño, mucosidades, humores negros, que dificulta la concentración y la memoria, y cambia la estructura del cerebro (menor conectividad en el lóbulo parietal inferior, en la ínsula anterior derecha, en la unión temporo-parietal, en surco temporal superior y corteza prefontal dorsomedial)

La soledad es la lepra del siglo XXIThe Economist. Pero los rendimientos de gran carácter solo pueden formarse con la soledad. Solamente allí hay solidez de pensamiento, generación fluida de ideas creativas, auto-discernimiento, afición a la actividad meditativa, aburrimiento de la indolencia o la nadería vacua (un solitario ilustrado detesta la televisión), y propensión (acaso, si Zeus lo quiere) a un carácter heroicamente sabio. No siempre se dan estas notas positivas. Ahora la tecnología regula el ritmo de nuestras vidas y la adicción internáutica (evitando los momentos de soledad) nos bombardea incesante, abrasiva. Cambiamos placeres fugaces y ventajas pueriles por no recuperar nuestros propios recursos, nuestros propios y no plebeyos –recalentados en los media– pensamientos; un tipo de ocurrencias inaccesibles al ser tecnológico o tertuliano. Estoy convencido que en la época medieval o victoriana no se producía el desamparo, ni angustia o ansiedad, aburrimiento y odio a la soledad, al confrontarte con tu yo íntimo. Science publicó en 2014 una investigación que revelaba que la mayoría de sus participantes, cuando se quedaban solos, empezaban a perder el control al cabo de entre 6 y 15 minutos, de tal manera que para sustituir la experiencia preferían aplicarse descargas eléctricas. Esta civilización papuda llegó a tal grado de decadencia que son preferibles las descargas a la soledad.

***

La vida es soledad. Es falsa la alegre resistencia al dolor de la luz en los cócteles y de las almas unidas. La soledad me ha bendecido y preciado alrededor de 40 años, como un matrimonio con una bonita pulsera en común. Pero sé que lloraré al ver la butaca vacía donde se sienta cada día mi madre. Mi espíritu convulso solo lo ha toqueteado su amor tierno sin medida. Solo ella me ha querido y defendido. Esa ternezuela emplumada daría hasta su última gota de sangre por mí. Lo presiento. Mamá está bastante enferma. Abril será el peor mes para estar solo.

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Reescribo o reelaboro a un poeta medieval muy raro y nada conocido:


Sin tasa Dios me ha dado
melancolía en mi naturaleza,
soledad y pequeñez en mi casa.
Como la tierra fría y seca
será mi corazón renqueante,
desabrido, hosco, apocado.
No estimo mujeres ni gloria:
Saturno y el otoño tienen la culpa.



Un corazón de murciélago es talismán contra la somnolencia solitaria. Como la cola majestuosa de un ángel de Milton pócima frente a la tristia. Ahora en Navidad todo se cargará o recubrirá de imágenes de evasión, lucecitas, serpentinas y celofán, promesas de placer y felicidad perfectas y liberadas, signos que rezumarán gozo paradisíaco (las comilonas, las compras bulímicas, la muchedumbre apretada en las calles), y todo serán himnos al hedonismo, gasto, ligereza de vivir y comercialismo lúdico o derrochón. Solo me cabe citar a Molière: «Todos los hombres me son hasta tal punto odiosos que me enfadaría que me contemplaran como una persona prudente…Y a veces me invaden impulsos repentinos de huir a un desierto, lejos del contacto de los humanos…Voy a salir de un abismo donde triunfan los vicios, y buscar un lugar alejado sobre la tierra, donde ser un hombre de honor otorgue la libertad» Soy un lobo solitario asolado por la esquizofrenia, el sufrimiento, el resentimiento. José Rabadán, el asesino de la catana, confesó: «Quería estar solo en el mundo» ¿Un hikikomori strictu sensu? Aunque mi soledad se asocia a un trastorno psicopatológico busco solo descanso, reflexión y creatividad. Siempre tuvo gustos e intereses impersonales (mi fuente de felicidad no se cifra en amigos, amores ni familia) Brandeis, juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos, declaró: «El derecho a estar solo, el derecho que más abarca, es el más valorado por las personas libres«. La soledad es tonificante. No hay compañero más compatible con uno mismo. Y también atestigua la fe (los vínculos, los lazos) en el amor de los demás. No, no soy un psicópata como Rabadán. A menudo mis recuerdos se pueblan de ternuras sobre los seres que estuvieron cerca o no me quisieron mal, a veces para notar lo feliz que fuiste en una fiesta debes haberte ido de ella.

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No explicar, no adular, no aplicar enseñanzas. No abrazar el artificioso y obscuro signo o palpitaciones de los tiempos. Redondo en tu ser. No preocuparse por opinión ajena ni por moral convencional y ver lo que tienes ante los ojos, lo que oyen tus oídos, lo que te inspira el corazón. Una mónada. Donne afirmó que no somos una isla. Pero si el rasero eres tú mismo exclusivamente ¿Quién, aquí, podrá juzgarte? ¿Con qué criterio?

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«Me he resignado a vivir como he vivido, solo, con mi muchedumbre de grandes hombres que me hacen las veces de círculo de amigos, y con mi piel de oso, al ser yo mismo un oso» Gustave Flaubert

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Manicomio de Piñor, afueras de Orense. Racionan los cigarrillos y me dan el que me toca esa hora. El edificio huele a desinfectante. La locura hiede a Zotal en un oscuro cine porno. Bajo por las escaleras, salgo al patio, y camino alrededor de 300 metros para sentarme en un banco (mi banco) bajo un roble enorme. Me abrigo, aunque no hace mucho frío. A estas horas me molesta poco el tráfico de la carretera contigua fuera del sanatorio. Fumo y divago. Evito el pensamiento analítico. Me adentro en un ensueño diurno en este momento dulce de recogimiento. Paladeo el sabor del Ducados. Muy morosamente. Hundo la caña fuera del pensamiento común, de las concurridas avenidas o ríos habituales. Salto de un tema a otro como un caballo pirado de ajedrez. La imaginación es refrescante y rosácea, imitando el color de la luz filtrado por las hojas. Nada parece inevitable o necesario: no haberme casado, navegar por Internet, el resultado del fútbol, la enfermedad caprichosa. De repente, viniendo de la nada, en mi mente se dibuja nítida una estrella de mar que admiré embobado en una enciclopedia infantil hace 46 años. Siento plenitud, y paz. Veo gatos, garabatos, permanganatos, percibo el olor de la capa de nata encima de un vaso de leche. Pienso que me gustaría tener un perfume de colores, un Rolls Royce como prosa, y comprar una editio prínceps muy lujosa. Parpadea o cruje o gime una rama. Creo que las colillas son pedacitos de braguitas de algodón de chicas rubias con labios gordezuelos. Vienen, sin cómo ni por qué, unas líneas de Borges: “Hay tanta soledad en ese oro. / La luna de las noches no es la luna / que vio el primer Adán. Los largos siglos / de la vigilia humana la han colmado / de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.” El poema se titula “Luna”. Y me deprime volver con mis compañeros locos o volver a la mismísima, sangrienta, aburrida civilización.

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