LIMINAR

Camino a pasos agigantados hacia la muerte. Pese a peajes inexcusables (las tres o cuatro tragedias sin falta en cualquier vida humana medianamente larga), fui templadamente feliz. Temo y deseo a la muerte, con esperanza, sin convencimiento. La acepto serenamente y la niego sanguíneamente. Su espíritu invisible se agazapa y pronto pondrá en mí sus garras. Nadie recuerda de dónde viene, nadie sabe adónde va. Chesterton creía que la muerte traía una llave con la que podría abrir todas las puertas devolviéndole el glorioso regalo de los sentidos y la sensual experiencia de nuevas sensaciones. Ni afirmo ni niego. Sea cena fría de los gusanos o portezuela a un mar casi secreto, me importó (e importa) más la vida que la muerte.

En vida gocé de verdes madrugadas adriáticas, ciruelos en los jardines de la Ribeira Sacra, olores, desde el alhelí a la retama, sombras de olores, desde la tímida azucena al oceánico maizal. Me fascinaron ciudades, y, a la postre, la Naturaleza, que empuja, conmovida, irremediable, suelta y rebelde. Leí y sentí la Belleza de las mujeres, aunque ignoro su alma. Palpé el atirantado pecho de prostitutas cuyo lujo era su hermosura. Leí al griego, al medieval y al contemporáneo. De joven, me adentré fugazmente en las matemáticas. Estudio, estudié y estudiaré. Brilló mi modesta sangre bajo el sol, sangre que dentro de poco beberá la tierra.

Pero el Mundo se convirtió en un lugar desafecto. La curiosidad intelectual desinteresada se presenta ante nuestros congéneres como una caricatura y una ofensa, una forma de demencia que impide las relaciones humanas “normales” La gentualla demanda a esta vida gordos solomillos de ternera y conos gigantes de palomitas de maíz. Su dieta está jalonada por risas enlatadas de chuscas series de televisión, la lista de los éxitos musicales del momento y las histéricas retransmisiones de los partidos de fútbol. Uno tiene la obligación de mantenerse a raya de tanta tontería. Las imbecilidades eutrapélicas lo envuelven casi todo.

Creo que la demanda de buenos libros no era en tiempos la que hoy. Leer no es un entretenimiento general. Ni los comerciantes, ni los burgueses ni los caballeros consideran deshonra la ignorancia. El saber ya no le vale a un hombre tanto como antes. Empieza a ser una excentricidad ver casas con armarios llenos de libros. Podría aducir pruebas irrefragables de ello, pero, como ya insistía en todos los liminares de la trilogía, este es un libro de ensayo, sin notas eruditas, usando un lenguaje llano, y donde se sustituye al argumento por la emoción.

Soy consciente de que mi pesimismo y fatalismo es propio de quien reniega o no comprende el siglo XXI. Me importa una higa, un bledo la revolución sociocultural de Internet. Converso con difuntos, con pocos, pero doctos libros juntos. Lo contemporáneo es una filfa de anarquía y sandez. Aún me enervan los maravillosos veranos e inviernos dando vueltas a extraordinarios libros con pastas brillantes color corinto.

Muchos nos hemos acostumbrado a que nos rodee una manada inmensa de zombis. Cuerpos derribados, almas arrumbadas, cadáveres que se arrastran. Uno no puede luchar con los elementos de su época. La gente no sabe llenar el bandullo de su cabeza sino con desperdicios. Su inteligencia se hace rala, pierde densidad y solidez.

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El libro que el lector tiene entre sus manos forma parte de una trilogía. La componen “Diario de un esquizofrénico”, “Pertinencias e impertinencias” y este “Diario del falso aristócrata” (todos publicadas por Elcercano) Culmina aquí mi obra (tanteos bastante crudos, palimpsestos susceptibles de gran enmienda), sin apenas o nulo eco, la verdad. Dios o Zeus ojalá me den algunos años más para pulir mis poemas y añadir alguno que otro. Solo quiero leer y caminar por la comarca, leer y observar a los pájaros y al cielo. Es mi senda honesta de la virtud. Nuestra época desprecia todo lo bueno. Los hombres callan o aborrecen la virtud. Pero la virtud no necesita nombradía ni aplauso del vulgo.

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La trilogía, y mi existencia entera, se cobijan bajo la égida o pórtico del mejor y más excelente ser humano: mi madre, luz de caoba, gloria del sol, María Ángeles Gómez Carballo. Solo ella me justifica.

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Adiós y buen invierno. Insisto, me corto la coleta. No escribiré más. Cada vez ocupa más espacio en mi mente la locura y menos la literatura. Espero dulcemente la muerte. Muchos mueren demasiado tarde y algunos mueren demasiado pronto. Morir en el momento adecuado; esa es la enseñanza. Es el momento adecuado. Paz a los hombres.

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El autor, en los años fastuosos de su juventud, con gran dispendio cognitivo, estudió Lógica Matemática, Teoría de Conjuntos, Teoría de Modelos y Álgebra Universal, hasta un nivel medianamente avanzado. Y adquirió y asimiló niveles universitarios de Filosofía e Idiomas. Fueron tiempos en que era honroso y bien visto ser un estudiante brillante e inteligente.

Por desgracia, unas décadas después, se dedicó a cultivar el campo pitañoso, embarrado y “borderline” de la Literatura, a cuyos dos o tres lectores fieles les comunica, “més content que un gínjol”, que abandona ya la empresa de un modo definitivo, terminante y completo.

El autor desprecia tener que ponerse a estudiar marketing digital, convertirse en publicista, o hacer el payaso como cualquier mamarracho youtuber o influencer. Si los relojes multiplican de modo exponencial las horas muertas y analfabetas de esta civilización, si en su noche no se contempla a corto o medio plazo la presencia del alba, si la honda niebla en el puente de hierro precipita el tren nocturno al vacío, el autor se retira a las cámaras de su pazo orensano y desiste de la literatura y pretende solo leer y estudiar con paz e impasibilidad de espíritu. El autor es capaz de expresar lo que tiene atrapado en la mente, el público es incapaz de desentrañarlo. Al 99% de la humanidad, tipejos como alhajuelas vendidas por gitana, solo pueden cristalizar de modo súbito su mente ante un “reality show”, el deporte o los onerosos ritos y fantasías del sentimiento kitsch.

Cada día es el día de La Fiesta de la Imbecilidad. Cadenas babilónicas atan a la plebe. El vulgo siempre creyó que sus bienes duran siempre. Acertó. Mi mente no se va a enardecer por ello. Para evitar la vulgaridad solo puedes estar solo.

El autor se avecina con el poeta francés François Augiéras, de personalidad rebelde, lúcida, clarividente. Un radiante «outsider» (desplazado») El mundo no estaba hecho a su medida y consideraba a la actual civilización absoluta basura. Extraterritorial, vivió siempre en los márgenes. Murió Augiéres en diciembre de 1971, precisamente el mes y año en que nació el autor.

El autor quiere ser libre en otros mundos y no esclavo de éste. Ser desleal a los privilegios capciosos del tendero y el funcionario, el burgués y el proletario, la familia y el Estado. Ser en cambio leal a los privilegios del estudio, a los beneficios de la investigación, la creación y la poesía. Ser leal a una belleza sencilla, ya que una piedra preciosa luce mejor engastada con sencillez.

El autor huye a Montañas, Bosques y Palacios de Nieve, con sus nubes rosáceas y doradas, con su biblioteca de clásicos y olor a caoba. Ahí el vivir es infinitamente deleitoso y grato. El ecosistema literario formado por escritores y lectores mandriles es un aula de párvulos con déficit neural. Mejor muy lejos.

Hasta siempre.

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Christian Sanz Gómez, de raíces judías, nació en Barcelona, aunque mantuvo durante décadas un lazo emocional con Manresa, hoy ciudad de una bajura inenarrable.

No cree en una asamblea deliberante de hombres puros, sino en un hospital de antropoides pecadores y violentos, desde el Rey hasta el taxista que lo transporta. Al igual que Casiano en el siglo V, recomienda huir de la tristeza como de la peste, pues más peligrosa es la tristeza para el alma que la epidemia para el cuerpo.

Le espió el C.N.I. Excepto esta extravagancia, su vida transcurrió sin “trasbals”, sin mayores perturbaciones. Vida apacible y estudiosa llena (en general) de ataraxia, lujoso amor mercenario, y Platón, Quevedo, Gauss, Gödel, Bach y sus pares.

Il faut redevenir mystiques. Hemos de volver a ser místicos.

Christian Sanz nota la navaja de la muerte cada vez más cerca del cuello. A veces prefiere pensar con Juvenal: «El extremo final de la vida es uno de los regalos de la naturaleza». Al igual que César Augusto con sus palabras hacia Livia, Christian desea morir con un elogio en los labios, algo como: «Decidle a todos que gracias, mil gracias, y que mi vida fue maravillosa».

Gracias. Buenas noches. Cultura y Libertad.

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