
En nuestra vida ordinaria, en los trabajos y declaraciones del mundo, percibes la escrupulosa y minuciosa mezquindad de la inteligencia y la sensibilidad defraudada. Un desincrustante o antídoto es ir a la busca del Arte, allí donde se aúnan intensidad, brillantes lenguajes y elucidaciones de experiencias imaginativas o inferenciales. De alguna manera el Arte es un movimiento de deleite hacia una (muy) alta tierra feliz. El Arte es la ley placentera de la forma lograda. El gozo de asimilar la grandeza. Los artistas son custodios o pastores de la conciencia invisible y también de las regiones inmediatas que no se atreven a deshacer maleficios o pájaros de mal agüero. El Arte es plural, pero siempre provoca que tú te transformes en el más enamorado. El Arte aumenta la cantidad de Bien y el diámetro de la realidad («una vida sin cercados» Larkin) Aunque los artistas se metan en chanchullos, el Arte es una finalidad sin fin desinteresada (Kant)
A un poeta le ronda en su interior como una vaga sombra o una desfigurada silueta un poema durante un mes, o dos, o un año, hasta que esa insinuación se ejemplifica y afluye al exterior. Los poetas de las redes sociales somos poetas menores porque no seguimos ese método semi-onírico sino que escribimos a impulsos impremeditados e inmediatos o irreflexivos. Invito a que se lea gran poesía, poesía de indubitable grandeza y calidad. El gusto es comparativo y se engendra (y nutre y se perfila) en la comparación. Marwán -leerlo- no produce un movimiento de deleite placentero y armónico, sino un sonrojo de displacer estético. Esa percepción nace al leerlo comparándolo con Auden, Ponge, Cernuda, Machado, Heaney, Milosz, etc… La emoción de Marwán se hila a la saga adolescente «Crepúsculo», la emoción de Auden se trama en una de las mayores inteligencias que cristalizó el siglo pasado. Una vida defraudada también es mezclarse con mezquinas inteligencias derrotadas. No lean a Marwán (ni a mí, por supuesto) sino a Borges y sus pares. Vivirán más y mejor.
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Sigo y leo a muchos poetas tuiteros con miles de seguidores. Soy hipócritamente amable con mis comentarios, ya que esas webs no dejan de ser su casa y yo no tengo madera ni espíritu de troll. Cosa distinta es que en mis propias redes sociales exprese (razonándolo) la ínfima calidad de ese tipo poesía.
También -ay- los imito escribiendo yo poemas bochornosos que esbozo en cinco minutos; el truco consiste en una especie de escritura automática soltando lo primero que se te pasa por las mientes en un estilo cursi y elemental, evitando como un demonio la «elaboratio«, el buril, la lima o la inspiración alada o la conciencia estética de la escritura.
Los genios, escribiendo así, pueden escribir genialidades (por algo son genios), pero a la inmensa mayoría de los mortales este mecanismo poético solo genera poemas-churro, poemas-ocurrencia chorra. Un poeta con oficio y años de experiencia también puede sobresalir con esta suerte de instinto espontáneo. Pero los poetas tuiteros son jóvenes y «jóvenas» que empezaron la casa por el tejado. Un pintor puede pintar un gran cuadro en treinta minutos porque necesitó cuarenta años para aprender a pintarlo en treinta minutos. Lo mismo pasa con el poeta. Un cúmulo de experiencias y técnica (o cultura) es justo de aquello que carecen esas «celebrities» de Tuiter o Instagram.
Auden o Glyn Maxwell proponían en sus clases de escritura creativa una prueba muy significativa. Daban a sus alumnos grandes poemas con algunas palabras eliminadas (nombres, verbos, adjetivos) e incitaban a sus alumnos a completar los huecos. Prácticamente nunca acertaban. Hay un poema de Larkin en que el poeta describe un paisaje que ve desde la ventanilla del tren. Al ver un invernadero lo describe así: «Un invernadero relucía, único». Ni un solo estudiante nunca adivinó el adjetivo «único». La palabra «único» es única. Los poemas tuiteros carecen de palabras, versos o poemas «únicos». Son poemas manufacturados en serie, no escritos con el dedo de Dios. Poemas Coca-Cola, poemas-palomitas; de ahí probablemente su brutal éxito; dan gusto y masaje al necio.