A lo que leo, tras lo que contemplo y así como las razones y criterios de la contemplación, incluso a lo que siento, incluso también al pensamiento, a la hora juzgar o evaluar sus calidades, de argumentar su grado de bondad o eminencia, le aplico un exigente criterio artístico, implícito en los juicios, que ahora deseo hacer superficialmente explícito.
En la discriminación artística, en el sopesar y comparar, a la hora de informarme del valor de lo leído, e, insisto, estos criterios son extensibles al ámbito de otras experiencias, en la medida razonada del orbe libresco, lo reduzco todo a una cuestión de fuerzas. Sobremanera importa, a mi ver, la fuerza estética, pues la alta y sublime dramaturgia estética, el concretar lo bello en energía verbal, es don incomparable. En la fuerza estética relumbre y esplende la belleza, como en el centro de una emanante transmisión plotiniana, porque el dinamismo de kalós en las palabras cualquier cosa ennoblece y dulcifica, hace del arte algo no arrabalero ni menor ni industrial, nunca, en fin, objeto de vulgaridades predecibles; kalós debiera ser el norte, faro y destino de lo escrito, la médula y savia del verbo, el culmen al percibir la lectura. Pues la fuerza de la belleza eriza las pilosidades de la mente, nos transporta a reinos supralunares, vuelve el ojo de la percepción y la intuición una educada materia contradictoria de la chatarra y la bisutería de las ferias. La belleza endiosa al hombre, lo cumple. Y además la literatura bella conspira contra esta Era de la Fealdad, nos adentra en sinestesias de rumores vegetales, de densidad de significados lunares. Con hábito la fuerza de la fealdad nos posee, y nos deforma; con hábito de lo bello, la vida se transforma, y al bien nos conforma. Las sensaciones de lo feo embotan el alma, abajan las sensibilidades, nos abocan insensibles al pudridero de la historia, a la idea, como un Napoleón psicótico, de que sólo vale lo útil (como las letrinas) y no lo desinteresado y gratuito. Y a la busca de árboles hermosos en el bosque de los libros, permaneces y te inscribes en el gran orden de lo bello universal, galáctico. La belleza es una gloria universal que colinda con la gloria individual. La belleza permite aguzar los ojos y la mente ante lo particular, por lo que se convierte en corrosivo o acidulante o desincrustante de conductas gregarias. La Belleza, en esta época de fealdad ruin, es revolucionaria, la espita de una bomba contra el sistema. Algo bello aparece en nuestro siglo como algo alternativo, como un mundo posible de la gran panorámica junto a los grandes ideales, además, y según enseñan doctas tradiciones, la mente divina es, si es algo, seguro que necesariamente muy bella. Participar de un subconjunto natural de belleza es participar en el gran conjunto de la belleza divina. Porque también pudiese o pudiera ser la belleza noble dado que es moral, y, por tanto, en los hallazgos expresivos del escritor, vive en potencia la rectitud del orden (y eso es la sabiduría, el orden y el amor) Que el genio estético se deslinde del genio moral, que se lo evite y elimine, pudiera o pudiese ser un signo de decadencia. Pero, aquello que no es susceptible de duda, es que sin la fuerza estética, sin el qué y el porqué de la rosa, vivir es morir, la vida se torna lisa y literal y crasamente insoportable. Nosotros respiramos la toxicidad del mundo de modo irreflexivo y natural, pero, a mi ver, esto no significa que no somos más que enfermos espirituales. No somos sino moribundos o zombis (permítaseme la opinión contundente) si vivimos enfermos de fealdad en esta era de ocaso y fin de la belleza (belleza: por casi lo único que merece la pena vivir)
A lo que leo (insisto, tal se puede ampliar a lo que se experimenta) me gusta aplicarle el grado o intensidad de su fuerza cognitiva, o mental, o de pensamiento, o de don perspicuo de conocer con la fuerza del pensamiento inferencial y analógico. Con la expresión «fuerza cognitiva» indico la elevación y altura y gracia del pensamiento, sus retahílas y recovecos, su hondura y precisión. A este fuerza se le asocia, vano subrayarlo, la mente grande, la gran mente, el gigantismo inteligente, el cociente de exactitud de los productos cognitivos. Se ve en la gracia y revuelo del matiz, en la brillantez del razonamiento, en el diseño de la imagen, en el don de crear metáforas, en el análisis de los hallazgos, en la clarividencia, en las sinuosidades de valles y depresiones de la complejidad, en cierto valor terapéutico pedagógico, en la amalgama sutil de la síntesis, en el aumento, que a sí mismo se alimenta, de las ideas y sus ramajes, etc… etc…Que, en resumen, eidos es el esplendor del espectáculo imaginativo y racional. En la fuerza cognitiva, a modo de voz baja, surge la pleamar de la verdad. Tras la fuerza cognitiva se mira y admira, retumba, hay en ella, tras ella y bajo ella, la Verdad. Un magnificente eidos en pos de la verdad, no sería mala definición de la fuerza cognitiva. Además creo que en la creatividad de la verdad se figura lo grande, lo definitivo, nunca la pancarta triste del tétrico nihilismo. Creo (con convicción) que debemos creer en la verdad, ya que la verdad aclara y discierne, discierne y sustancia, ama y conoce. Para mí resulta una alfalfa intelectualmente muy bajita, además de que crea una suerte de depresión anímica, la apología sobre la disolución de la verdad. Veo una suerte de conexión entre la corrupción de la verdad y la corrupción del lenguaje. Malos, malos tiempos son, para los buscadores de verdad.
Por último, a mi ver y entender, es relevantísimo evaluar la fuerza sapiencial (en lo leído y contemplado) La fuerza sapiencial poco tiene que ver con muchas de sus versiones degradadas, sino con el don del esclarecimiento, con la tentativa de respuesta al enigma. Discernimiento vital y moral, en definitiva. La procura de solucionar las constantes de la naturaleza humana, de escribir sabiduría en nuestra alma interior. Es una brújula o mapa frente a las oscuridades, un entendimiento de las cumbres y los abismos, de las simas y las trampas. La fuerza sapiencial mapea el territorio del corazón humano con poesía, filosofía, novela, imaginación, ética y ejemplo, brillo y estética. El sabio acierta en la diana, y nos insta a ser ricos y maduros y floridos, elaborados y reales, nunca hombres huecos. En el alma elaborada suenan diapasones estelares, autoconciencia del cosmos. La energía sapiencial es un examen inteligente de la vida. Un poner una dimensión astronómica en nuestra pequeñez mineral. La sabiduría niega nuestra propensión a la mendacidad.
Hemos dado los titulares de las fuerzas. Si las desmenuzamos acaso veríamos otras subfuerzas alternas como la fuerza musical, la fuerza lógica, la fuerza gramatical, la fuerza retórica, la fuerza astronómica, la fuerza teológica, o sea, toda una desplegada fuerza de triviums y quadriviums. Pero, las energías seminales, creo, son las antedichas. Todo se reduce a un análisis o explicitación de la belleza, la verdad y la sabiduría. Dónde están ahora las obras bellas y verdaderas y sabias, dónde lo hermoso arrebatador, lo inteligente por maduro, lo lento por sabio. ¿Dónde está la medicina del alma? ¿Dónde está la verdad que hemos perdido con el nihilismo?¿Dónde está la belleza que hemos perdido con la imagen?¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido con la tecnología? Parece, se diría, que la fuerza de lo mediocre destruye ríos, anega ciudades, embrutece corazones, confunde mentes. Se diría, parece que la forma informe es la fuerza del orbe. Dónde la Forma en lugar de esta atrabiliaria ensalada de ruidos y palabras. ¿Dónde?
Libros recomendados:
Biblia del Cántaro o Reina-Valera antigua. 1602. Literariamente la mejor en castellano según Menéndez y Pelayo.
Memorias de Talleyrand.
Memorias de Metternich
Los papeles de Benjamín Benavides.
Cristo ¿ vuelve o no vuelve ?
El nuevo gobierno de Sancho.
Del P. Leonardo Castellani.
La venida de Cristo en gloria y majestad.
Del P. Manuel Lacunza.
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