Dame Señor la forma elemental de la yerba
el no aborrecido zenit de las aves
y una niebla que se vista de páramo, de rayo o escarcha,
y una niebla que asorde campanarios
y un zorro que desenrolle las alfombras del bosque al trotar veloz
babeando con su boca pintada de carmín
Dame arrecifes silenciosos. Pon un cansado afán de silencios en las lunas.
O aire abovedado donde construir mi nicho.
Excava verdes ahumados en las galerías de las casas de la aldea
y que se quebranten canciones rurales
porque ora el oro rozando lagos orates
porque tumbas no se cubran de zarzales ni abrojos
y nunca sea melodía abismal esta soledad sonora y visual.
El zenit del invierno es la vida.
Los paraísos del helecho toboganes de niebla, acordeones de fuego.
Pido estar donde alcance la tormenta última
Pido el Espíritu Santo sobre el corvado monte
Pido raudales castañas bañadas en brasas
Pido no abaratar la Gorgona del oído con púas de pino
Pido se abotargue la Ley hasta ungir estrellas y cielos de líquido moaré
Necesito la diligencia de la oración, la lefa santa
y saberme resucitado entre tus faldones de quimeras y estelas de alisios.
Pido que mi creencia de saberte un trópico ensanchando de burbujas coloreadas cualquier silencio fluya de los rojos veranos a los livianos inviernos, y ese silencio ancho sin sonido pero preñado de letras consuele al hombre inútil y al hombre oscuro.
O no te rezaré más hasta el lino y el mimbre y la lágrima, hasta el excremento y el zinc de la uña. O me amistaré con Belcebú.
O no multiplicaré más a favor de la vida mis ineficientes soledades omnímodas, opíparas de fe.