
En su provincia guarda aquello que amo.
Yo solo escribo aquello que odio, preocupado e inquietado
por este Océano Gris de Irrelevancia. Todos «venimos y pasamos»,
y al fin no dejamos ningún rastro.
Memoria de lo que suceció y acaso no tenga después:
el azul de Patinir, Azorín describiendo Ávila,
el Mediodía dando rodeos en el familiar viento,
el poder de la noche tranquila fatigando
al gran Pla o al genio Borges, el adjetivo «roñoso» aludiendo
a una oveja, la sombra del «impluvium» tan fresca,
la calidez del «hipocaustum», los cachorros suaves sin ácido.
El relámpago de belleza de este poeta calma
mi desgracia, mi daimon infernal y jupiterino.
En mis asociaciones Emil es mi privado Heath-Stubbs.
Poesía donde me sirven café y empanadillas.
Poesía que no necesita plebe ni prensa.
No pocas insensataces del mundo actual
acusa gentil e ingeniosamente su inteligencia.
Su tradición no es exactamente la que se estila hoy.
Su convicción de realidad será un rocalloso destino.
Celebra pues, poeta, tu historia indemne, alta y elegante,
de raíles y bisontes nada rigurosos. Azul de Patinir….
POST SCRIPTUM:
No me gustan estos tiempos romos y abajados, tontuelos y memos y tartajas. Carecen de educación y humanismo. Tiempos de fantoches y horteras, de trapisondas y lameculos cucañistas. Crecí en una clase privilegiada, en una burguesía hacendada y propietaria cultísima, con clases privadas de música, idiomas y dibujo. A esquiar en invierno y a Sitges en verano. Aquel mundo emitía unas radiaciones como un crustáceo desperezándose lentamente, crujía todo como una osamenta articulando mis miembros y mi sangre.
Desde poco antes de la crisis (el origen histórico preciso lo situaría a partir de los 50 del s. XX) el mundo se volvió muy feo, horrible e invivible. Como agitanado. Como de mercadillo balbuciendo baraturas sin calidad. Como de histéricas verduleras berreando. Un muncho chato y vacuo de hombres incultos y maleducados que se vanaglorian de su ignorancia. Yo ya solo vivo en la dulzura intemporal de mi mente. Algo me salva; sé que no envilecí mi vida. Que hay oro en mí. Que no rellené mi alma de paja. Que hay como un cerebro de Dios en mi alma y no un engranaje de máquina.
Pero una propensión melancólica me ataca pensando en los adorables viajes de antaño por Europa con papá y mamá. Ahora soy un rentista pobre. Escribo -mucho- para mí, y leo para la gloria. Lampedusianamente. Y nunca pienso ponerme a trabajar. Eso ni pensarlo siquiera, jamás. A veces en mis poemas, como una estrategia de disposición retórica y de efectos de impresión en el lector, exagero las notas despreciativas y agresivas hacia los diferentes a mí, pero mi natural (os lo aseguro) es de simpatía y bonhomía y serenidad. Si desprecio a los demás es porque también me desprecio a mí mismo. Triste destino ser pobre habiendo sido rico. Ahora mi riqueza es de carácter, de cultura, de nostalgia y sutilezas. El mundo registra fácilmente ideas nuevas; más dificultosamente registra experiencias nuevas. Mi experiencia es de apocalipsis, decadencia, caída y derrumbe. Mi mundo se desmoronó y vivo como en un helado exilio. Mi vida consiste en limpiar de nieve los escarpines de la zarina y defenderla con mi vida de los lobos. Huimos por la estepa en un trineo blanco y limpio. Cae cellisca de las nubes. Detesto lo nuevo.
Este mundo moderno no será castigado; es el castigo mismo. Conmigo Emil, su Logroño bendito y la energía de su elegancia burguesa y muy culta, archilectora, con él junto a mis Palacios de Invierno.