País de la seda

view of royal palace in spain

En estos días de tribulación y zozobra he estado ojeando los diarios de Azaña, magníficamente editados por Jiménez Losantos en Alianza. Hay paralelismos y observaciones sobrecogedoras. No aprendemos. Eterno retorno. España es el único país de Europa que en dos siglos sufrió cuatro guerras civiles. A veces pienso que desde el fin de los Austrias, acaso poniendo como énfasis o línea de arranque nuestra constitución de Cádiz, existe en nosotros una vena turbulenta de violencia, una violencia soterrada y subterránea. Somos unos bestias. El español es un hidalgo dignísimo en la derrota, un honorable y muy generoso ser humano, pero, bien sabido es, tendemos a embestir y no pensar, somos testas rígidas y no dialécticas. La rigidez, gran defecto nacional. En Italia se pelean dos amigos o familiares, se llaman de figlio di putana para arriba, y, acto seguido e inmediato, nombran una expresión que no recuerdo ahora pero que es el nombre de una especie de bizcocho. Se dicen, nos tomamos juntos el bizcocho, un poco de vino, y asunto resuelto. En España estamos, a igual incidente, años o toda una vida sin hablarnos. Rígidos, poco dialécticos, ya digo. Ya que uso la alegoría italiana, en Italia gobernaron en coalición la democracia cristiana y el PCI, algo así como el PP y Podemos. Nosotros corneamos, no dirimimos y pensamos. Cuando Freud conoció en Londres a Dalí, comentó «es un español típico: un fanático». Goya fue quien nos entendió y retrató más fiel y acuciosamente. En el español hay como una inveterada falta de expresión fina de sus sentimientos, una observación siempre sesgada por la pasión, como una suerte de violentas palabras emboscadas en nuestra alma. España no es Zaire ni Sri Lanka. Pero desde Fernando VII hace tiempo que solo hay en la modernísima contemporaneidad horribles políticos. En la Edad Media fuimos varios estados en una nación, y siempre hemos sido una nación. A mi ver y entender España no es ni debe ser ni fue varias naciones en un estado. Pero admito que esa es mi visión de la naturaleza de mi patria, otras hay y hubieron en un país cuya principal afición, como un adolescente inseguro, es preguntarse qué es. Sabido el tópico que una crisis es una oportunidad. Insto a que, y quiera Dios que la sangre no llegue al río, abramos un debate nacional preguntándonos qué hemos sido, qué queremos ser, cómo deseamos aunarnos, qué maravilla nos incita a navegar hermanados y juntos. Insto a vertebrar España. Yo la vertebro leyendo a sus filósofos, escritores, admirando a sus pintores y científicos, elogiando a sus eruditos. Poetas, científicos y artistas que para mí indistintamente pueden ser Foix, Espriu, Ausiàs March, Llull, Sagarra, como el más terulense de los terulenses, el más sevillano de los sevillanos, o el más compostelano de los compostelanos. Sabemos los problemas que causó el carlismo, y el origen decimonónico de los nacionalismos catalán y vasco, y, en menor proporción, gallego. Difícil solucionar un conflicto en una rígida cabeza vascuence tan española como la rígida cabeza zamorana.
Pero permítanme soñar, ser quijote. Cuando Marco Polo en el siglo XIII llegó, tras atravesar el desierto, a Kanbalu -la actual Beijing- quedó fascinado; escribió :»es más grande de lo que la mente puede imaginar, no menos de dos mil carruajes y caballos de carga entran en ella diariamente cargados con seda cruda; brocados y sedas de distintos tipos se fabrican aquí en enormes cantidades». Ojalá España algún día lo más grande que imaginarse pueda, y que la seda – valga la alegoría y símbolo- llene los talleres, los pueblos, los sentimientos, las razones, las ciudades, las calles y los paisajes que, en definitiva, con propiedad se nos pueda llamar País Sedoso, País de Sedería, País de la Seda.

 

P.D. A los historiadores profesionales les desagradan en grado sumo los argumentos caracteriológicos. Pero pese a lo grueso de sus líneas no expresan una vaciedad absoluta. El inmemorial desgobierno español y la desgana de sus élites se alían con un pueblo de charanga y pandereta. O aprendemos a tocar al violín o la zambomba. Nuestra historia si algo señala son sus múltiples retrocesos. A veces, al salir de bar, me apetece escribir a la embajada inglesa o francesa para exiliarme allí alegando la sempiterna catetez palurda española.

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