Exilio

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Debido a la estultucia catalana piso el amargo polvo del exilio y, al igual que Giacomo Casanova, traduzco a Homero y mi mente se apacigua en hexámetro griego. Encanecen mis cabellos bajo la égida de los vientos gallegos afables, de la gentil y cordial lluvia orensana. Esta tierra me acoge como caminante. Dialogo con los árboles y estudio su literatura. Pero sabed hoscos catalanes que no me humilláis. Venceréis pero no convenceréis. Aunque me consuma el dolor pensando en una Catalunya civilizada y noucentista sabed que no me humillo ante el poder de su vil soldadesca, que mi destierro asegura el valor de la ley moral y las verdaderas de oro. Porque, y perdona Noe mi orgullo mefistofélico, seremos juzgados por nuestros iguales y no por la tropa, porque los mejores con nuestro gesto no nos sometemos a las costumbres del tirano, porque mi mente mantiene viva y limpia la imagen de una Catalunya noble, con «sagasse». Detén, oh tú mi melancolía, a los demonios que se agolpan en mi cabeza cuando aquella Catalunya era una noche de búcaros, un jarrón con fulgor donde no se pudrían los crisantemos y no se oían las pisadas de patas de chivo o cornucopia de odio en mi patria. El pueblo es adicto a la corrupción pero, a la postre, la mente y el espíritu vuelve a sus necesidades naturales de belleza, orden, inteligencia y paz. Vora la pàl.lida riba del bosc m´assec solitari i metitabund. Eixordidors focs d´un cel de deliris seràn transitoris i el seny caurà ma terra com el silenci sobre la mar de nits. Todo pasa, nada es eterno bajo el sol. Volverán las claras golondrinas y se irá Rufián (acaso el día que el lentísimo engranaje de su mente trivial madure. Una difícil posibilidad)

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