La verdad siempre fue de los pocos, pero ¡cuánta sofistería y fantasmagoría!
Observadlos -grotescos-, ¡son en verdad espantosos!,
sus palabras como un reguero gerundio de miguitas sin hilo de Ariadna,
y oscuros desiertos acunando sus ropas,
y pavorosos ocios tabernarios por incapacidad (nada saben) de libertad.
¡Querubes de Instagram!
¡Alcachofas de twitts en lugar de flores de azafrán y prímulas centelleantes!
Sin ideas para pensar el mundo,
sin ideas para comprender el mundo,
sin ideas para cambiar el mundo.
No hay en ellos oro de tritón de gloria bizantina,
ni de vihuela románica,
creen la realidad -encima- poco real, como un descascarillado.
huevo de Pascua. Qué de petróleo en sus pupilas.
Su romanticismo descriptivo es trampa para ratones.
Nacen, trabajan, se casan, gastan, mueren. Abusan de la tele
y el deporte. Nacen, trabajan, mueren, sin otras plegarias.
Gastan y solo desean gastar más.
Cual fanáticos bichos calumnian e insultan en las redes.
Leen -si leen- libros para Sanchos.
No se cansan por pensar, pues poco piensan.
Razonan a golpes de ceguera.
Ellos son esa gran grey que recorre tapando el silencio de la luna,
son los fieles al bochorno cotidiano,
los grotescos libadores de cerveza barata,
los que anhelan, no la Noche, sino la Nada, su grave Señora.
Así que tú Christian, tímido marqués de vacas y verduras,
cultiva las camelias, las dulces camelias, y sueña en tu celda,
reza, mima a mamá, desbroza, ara, lee,
que no lleguen a tus labios sus corazones encebollados
y mira las diez tonalidades de verde en un palmo del jardín
y, en el pazo solitario,
deja a tu cuidado
el pájaro que oyes al alba,
el manto de las mil y una estrellas que te cobijan.
No ser como tus enemigos.
No ser -jamás- como ellos.
Vivir dentro de tu incendio forestal.