Deseo de apocalipsis

DESEO DE APOCALIPSIS
De «El falso aristócrata»

 

 
El elitismo no es un privilegio, sino un deber.
En llanuras sombrías o junto a las playas turbias
se enfrentan ejércitos de ignaros:
obreros con su gorra en la mano,
burgueses jocundos en Ikea,
aristócratas salivando mortadela,
banqueros con liposucción;
ejércitos de ignorantes se enfrentan en la noche
con esa mente color negro babosa.
Vagos, filisteos y populacho
difuminando el crepúsculo de jojmá.
No existe ya la nostalgia por la grandeza pastoral,
las masas destruyen con virus la antigüedad,
nadie aspira a lo perfecto y maduro,
tampoco a la claridad de la luz propia
o al esfuerzo y la mira elevada.
Estos adolescentes perennes no advierten -nada saben-
que cultura sin tradición es destino sin historia
y que destino sin historia es cultura que no es cultura.
Sin afán de conocimiento el ego se agusana,
y eructa el Hades sobre ti,
y tu corazón es nido de huevas de ortiga.
La memoria es el camposanto de la verdad.
La vocación del intelecto es la concentración.
El silencio perpetuo es la historia de la ciencia.
Maestro y Señor del Mundo, destrúyenos con tu fuego.
Que se desintegre este falansterio democrático de inepcia.
Y residan solo evasiones de ruiseñor,
y el aire solitario sobre un mar delicado como hueso de colibrí,
o reinen verdes pinos en la quimera matinal,
o el cocuyo sea centinela de toda sensibilidad.
Pero acállanos, y no holle más nuestro pecado la tierra.

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