
Lo que critico a Marwan, Elvira Sastre, Irene X, Loreto Sesma, Defreds y toda esa larga patulea, es que inducen en sus lectores una deshonrosa formación de la conciencia, alimentando y fomentando sentimientos deleznables en lugar de elevados. Admito -claro- que hay un público incapaz de distinguir entre lo sublime y la basura, pero el filtro editorial que no corrige sino que se beneficia crematísticamente de esa falta de instrucción de los lectores, se comporta exactamente igual que un directivo de Tele 5.
Los libros son afluentes u océanos donde te influyes a ti mismo y cuya ayuda necesitas para interpretarte y madurar. Los mejores escritores son siempre quienes más nos ayudan. Los que menos nos ayudan son los peores escritores. Este tipo de literatura no distingue tipos, peculiaridades, causas o motivos humanos, y su peligro es que diluyen el genio psicológico que es forzoso -casi un destino- deber alcanzar («Es necesario que seas» Goethe), en una papilla uniforme de psicología popular que iguala -mucho- por abajo.
El deleite (estética), el consejo (cognición), la inspiración (sabiduría), se sustituyen por el burdo efectismo, el tópico sentimental y la frase hecha. Si la idea de los libros como compañeros insustituibles empieza a ser ajena en nuestra cultura (su lugar lo ocupa el ocio tecnológico, audiovisual, o el ocio meramente festivo), flaco favor hacemos a los incipientes lectores con un sucedáneo de poesía de ínfima calidad.
Y conste que no abogo indefectiblemente por una poesía minoritaria, alta o elitista. Al ser la literatura (y la poesía) más que milenaria, un género con muchas especies distintas, existe abundante poesía de calidad mayoritaria, abundante poesía de calidad minoritaria, así como también mala poesía de minorías, y mala poesía de mayorías.
Si las editoriales antes prestigiosas apuestan por la mala poesía popular (y saben a la perfección que lo es); ¿qué podemos esperar de su público? ¿y dónde está la función directiva o educativa de las instituciones culturales (también de las privadas)?
Caminamos velozmente muchas parasangas en mitad de un duro invierno parece que dichosos de ir ciegos e ignorantes hacia el báratro.