Al poeta Emil Man Martínez

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En su provincia guarda aquello que amo.

Yo solo escribo aquello que odio, preocupado inquietante

por un océano gris de irrelevancia. Todos «venimos y pasamos», y

al fin no dejamos ningún rastro.

Memoria de lo que suceció y acaso no tenga después:

el azul de Patinir, Azorín describiendo Ávila,

el Mediodía dando rodeos en el familiar viento,

el poder de la noche tranquila fatigando

al gran Pla o al genio Borges, el adjetivo «roñoso» designando

a una oveja, la sombra del «impluvium» tan fresca,

la calidez del «hipocaustum», los cachorros suaves sin ácido.

El relámpago de belleza de este poeta calma

mi desgracia, mi daimon infernal y jupiterino.

En mis asociaciones Emil es mi privado Heath-Stubbs.

Poesía donde me sirven café y empanadillas.

Poesía que no necesita plebe ni prensa.

No pocas insensataces del mundo actual

acusa gentil e ingeniosamente su inteligencia.

Su tradición no es exactamente la que se estila hoy.

Su convicción de realidad será un rocalloso destino.

Celebra pues, poeta, tu historia indemne, alta y elegante,

de raíles y bisontes nada rigurosos. Azul de Patinir….

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