
Bendita la noche. No encuentro palabras para
entender tantas gacelas luminiscentes
y ocultas o sacramentales cruzándola.
La tormenta, que ningún poder puede detener,
está muy lejos, como el brillo de los rayos al fondo
del valle, que algún día también iluminarán
mi tumba punitiva al lado de las breñas y robles,
y soberbio es el plácido arcano dormido
de mi madre en el cuarto silencioso,
y magnificente la mente guardando lentos regalos
que murmuran aquel infantil placer.
Nosotros solo somos días que emigran,
pero la noche no cambia. Y la Luna labrando
su color de ardilla sosegada con fuerza desenfrenada.
!Cuán hermosas son las estrellas
evocadas por los invisibles grillos!
!Qué sabrosa esta liturgia de oros
perfumados como de honda
noche medieval claustral, o prehistórica,
o bien de quinqué limpio victoriano!
Se afina la noche y la casa tan en calma.
Sé que este poema es pegajosamente cursi.
Ser libre de no escribir a la moda abre
también a mundos nuevos.
La entrega definitiva al campo
y lo no moderno no se admite en esta
Era de Imprudencia y Cinismo.
El núcleo de la cultura es la iglesia y la rosa.
¿Armonía? La que reforma el espíritu e
inculca respeto por el yo interior.
Nuestra armonía produce mayor deleite
que la del corazón y la lengua.
Duerme, segura y callada, modesta y
vagabunda alma mía. Tu alma que no sea
una banda de ladrones que revientan la puerta
después de haber estado esperando
capciosos y arteros junto a la escalera.
Como supo Dios, yo, y el deán de la capilla
de Oxford, tanto ruido ahí dentro
es fatal desorden, ídolos, anuncios, gangrenada gloria.