Donde el poeta justiprecia su felicidad

Photo by Nataliya Vaitkevich on Pexels.com

(i)

Dice, ¡extrañas maravillas!,

que la felicidad conoció

porque con milagro se le concedió

Ayuso culo y pantorrillas,

…y de alguna Lolita labios y tetillas.

(ii)

En sus ojos laten curiosidad, legañas, razón y briznas de pasión,

en su olla gallina y oca de crujir bien salpimentada, y morunas lacadas,

a trescientos euros le cuesta escort de raso y almidón,

muchos euros la arañada, casi el doble un gramo la piel bronceada;

que perdone Dios a este putañero saltando de mujé en mujé:

negóse oír al diablo (y a la banca) murmurándole «no pué ser», «no pué ser…»

(iii)

No fue buscón callejero, sino mancebo clérigo

que en biblioteca a un florido gay trinar

dedicóse, y alguna yegua enhebrar, o a VOX votar.

¿Su felicidad arrepanchigarse en el boñigo?

Pero ¡si leyó a Tácito y Plauto, y se descojonó

con tuits de Errejón Iñigo!:

y no escribió el arte que pretendieron

los que el vulgar aplauso inventaron,

no le pagó el vulgo, fue justo

no hablarle en necio pues darle gusto.

Escribió torcido con cerebro robusto

-eso creyó, justo o injusto-

y escupió al mandril lecho de Procusto.

Y acaba ya su canción

con dos ideas casadas en una opinión,

dos ideas que son

además de ripio del montón

la dorada soledad, el divino ron;

solo fue un soñador que soñó a piñón

un pay pay abanicándole el corazón.

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