
El sobrenombre de sans-culotterie alude a la vida del espíritu de trabajadores, tenderos, profesores, artistas, escritores, funcionarios menores y solo un puñado de ricos con deseos y pasatiempos de educación intelectual, orgullosos, dignos y serios, que se reunían para lecturas de Rousseau o Volney, y gozosos cantaban, discurseaban y disfrutaban de recitados a cargo de jovencitas. Vida del espíritu, sin duda. Me placería ser un sans-culotterie.
No di un palo al agua en la vida. De mí puede decirse lo que Ramsay MacDonald de Arthour Balfour: “Una gran parte de la vida la vio de lejos”. No, no me mezclé con el tumulto, pasé por todo por su superficie, como de puntillas. De niño resbalé en la opulencia y nunca tuve –acaso ahora sí algo- serias preocupaciones por cuestiones de dinero. Nunca tuve que arrostrar el gravoso problema de ganarme la vida ni me volaron la cabeza facturas o pago de cuentas atrasadas. Mi sólido capital de infancia se fue desmoronando paulatinamente, pero tengo necesidades pequeñas y hábitos austeros. No despilfarro. Me alcanza aún una relativa seguridad.
***
Mi lujo es solo mental. Pese a la esquizofrenia mi mente es un islote plantado de sauces y rodeado por el brazo más tranquilo del azul índigo. A un lado praderas, al otro, la torre románticamente solitaria del castillo de Faramontaos. Sombras móviles de hojas. Están todos ustedes invitados a mi islote encantado.
Alberti, en De pictura, afirmó de la basílica de Santa María de Fiore: “Esta construcción enorme que se eleva hacia el cielo es tan vasta que podría cobijar a toda la población de la Toscana bajo su sombra”. A veces creo mi alma un patatal, otras, niego su parecido a una biblioteca y a Venecia. Hoy la siento capaz de cobijar la excelsitud.
A veces hay dentro de mí una impresión rotunda de cama con las sábanas deshechas y sucias, rodeada de botellas vacías por el suelo, y hedor mezclado de tabaco y sudor inundando la habitación. Ahora debo reconocer que he sacado un premio mayor en la lotería de la vida. La mayor parte del globo está cubierta de barbarie, pobreza o esclavitud, y en el mundo civilizado las masas se condenan a la ignorancia. Nací en nación libre, en una familia rica, que sabía educar y honorable. Y, desde luego que, al igual que dijo el sereno Gibbon, soy rico, pues, frugalmente, mi ingreso todavía dobla mi gasto.
***
Están ustedes invitados a visitarme a Nogueira. Con ustedes no temeré jamás de los jamases estas escalofriantes palabras bíblicas: “Mis parientes me han fallado y me olvidan mis amigos más próximos. Los que moran en mi casa y mis esclavas me tienen por un extraño, les resulto un desconocido…A mi mujer le repugna mi aliento y mi hedor a mis propios hijos. Aun los chiquillos me desprecian y me escupen apenas me levanto. Mis íntimos me aborrecen y aquellos a quienes quería se vuelven contra mí” Esto atestiguaba el patriarca Job en el siglo III a.C.
No temo (les espero, queridos) mi terminante soledad.