Diario de un esquizofrénico 80

El sermón del estiércol

A veces, antes, podía estudiar prestando

una evangelista atención al laberinto de los detalles,

pensar junto a descocadas y rubiáceas geómetras,

ver corazones de mujeres como el burgués adora sus relojes.

Me reconcentraba una hora seguida en una amarilla flor

de toxo, quieto permanecía al lado de abedules

lejos del alcance del hombre. Mi mente creaba

nuevas y completas estructuras de significado,

conexiones entre ellas, y nuevas ideas a partir de esas conexiones.

Escribía mejor, leía más, pensaba más claramente.

Me asignaba algún tiempo para la contemplación profunda

y atisbé pequeños campos con luciérnagas encendidas.

Mi mente se manchaba con briznas de corolas

altas como carmín suave recién besado.

Pero debido al alcohol, la papanatería, la conventual soledad,

por vivir un tiempo en que todo duele, y no dormir ni descansar,

por infiltrarse en mis momentos de ocio la televisión e Internet,

por inmiscuirme en las almas de mis coterráneos bullentes

de idiocia y servidumbre, ahora, lo sé, mi mente

es igual al Caos antes de la Creación.

Mi mente es papilla, o agusanado cliché.

De tanto criticar a los bárbaros me convertí en uno de ellos.

Leo novelitas de Grub Street sin hidalguía, con mocos

de mico en lugar de buena retórica y precisa lógica.

Charlo con la rubia del bar y apesadumbrado advierto

que las hipnotizadas constelaciones de su cerebro

son un absoluto erial, dejándome la impresión o terror creciente

de que su conciencia anestesiada de nada es consciente.

Mentes tan perfectas que ninguna idea puede profanarlas.

La admirable locuacidad de la mesita del té

se convierte en quincalla chismosa de programa televisivo.

Se escribe en una inelegante crestomatía de trozos agramaticales

y todos se tatúan de beautés faciles. La música del planeta

parece tocada por un gato callejero beodo y gordinflón

mariposeando al azar encima de las teclas de un piano:

chispean ominosos errores de epigrama de discoteca.

Y yo estoy bajo las ramas de esta palma datilera.

De tanto esperar a los bárbaros me convertí en uno de ellos.

En el duro invierno camino decenas de parasangas hacia el báratro.

El Gran Príncipe de la Tiniebla de los Manicomios.

El Desolado Duque de la Grandeza Hemipléjica.

“Fue un chico educado y estupendo”, dijeron en mi aldea.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s