(Monje)
«Perdona tus crímenes, perdona también tus virtudes, / esas faltas menores a medio camino de lo correcto» Young
«El hombre es su propia estrella; y el alma que puede
hacer un hombre perfecto y honesto
domina toda luz, toda influencia, todo hado;
nada le ocurre pronto o demasiado tarde.
Nuestros actos son nuestros ángeles, para bien o para mal,
sombras fatales que nos acompañan en silencio» Emerson
Se da un incremento de la pobreza, brutal ignorancia, y kitsch vital ¿Qué planes tengo entonces? La solución monástica; salvar mi vida y conservar así lo bueno de la civilización y transmitirlo en la medida de lo posible, como hicieron los monjes irlandeses en la Alta Edad Media ¿Cómo? Resistiéndome al orden corporativo comercial planetario, evitando ser un homo videns y reivindicando la Era Tipográfica o Libresca frente a la Era Tecnológica, diferenciando la realidad de un parque temático, denigrando la manufacturada opinión pública y odiando la hedionda telebasura, no compaginando con la insidiosa moda «New Age» y centrando mi sabiduría en los clásicos (buscar inspiración no en las palabras imbéciles irracionales de gurús multimedia sustitutas del mero ruido, sino en Platón, Montaigne, Quevedo, Goethe, Wordsworth, Jane Austen, Mann, Huxley, Azorín, Cernuda, Gómez Dávila, Borges, Tácito, Tucídides, y todos sus pares), sabiendo que Internet es una mera herramienta y nunca un estilo de vida (conocer perspicazmente tanto sus innumerables peligros como sus poderes), buscando desinteresadamente la verdad y desistir del pedregoso posmodernismo que tanto niega la verdad como el ideal de verdad, cultivando el arte (afinar el gusto y elaborar la sensibilidad), usando el pensamiento crítico y aprendiendo a ponderar y dirimir acercando a mí aquello que los genios han expuesto tan diligentemente, guardando la mente del moderno oasis de distracciones buscando los bienes intemporales que están contenidos en el corazón, escribiendo para la posteridad (yo escribo poco porque escribo para mucho tiempo) y no para la efímera lista de best-sellers, yendo a buenos museos de arte y no a ver las comerciales Pocahontas o Spiderman, o no visitando símbolos estrafalarios como Las Vegas, ni llevar a mis hijos los fines de semana a Ikea o al Centro Comercial sino llevarlos de acampada o a las bibliotecas.
Mis planes para la nueva normalidad tras la Covid son convertirme en un monje laico, en una especie de humanista ilustrado (en mi medida humilde y muy limitada)
Y la obra de Álvaro Cunqueiro (artículos, novelas) pertenece felizmente a esa vocación alta e ilustrada, porque es un clásico, es decir, algo que debe estudiarse y perdurar y conservarse en el tiempo, algo que en nuestras celdas monásticas lujosamente leemos y gozamos, por su decidido relumbre estético e imaginativo. Cunqueiro debe leerse en el bachillerato desplazando a memeces como «Manolito Gafotas» o «Harry Potter». A. C. evita que los habitantes del planeta nos convirtamos en mentecatos con una semi-habla simiesca, incapaces de analizar un argumento o cohesionar en una secuencia lógica tres ideas.
Para sobrevivir como individuos debemos leerlo (a él y a sus pares) La escuela no enseña -la nueva pedagogía desprecia el conocimiento a favor del desarrollo de espectrales habilidades-, la disciplina casi no existe, la autoridad se mira con reticencia, la filosofía, la historia y las lenguas se abandonan, se descuida la escritura y la memoria ¿Debemos creer ineludible una vulgarísima y chata uniformidad humana? O buscamos un elitismo para todos (si eso es posible y realista) o la decadencia será vertiginosa «La mejor educación para los mejores es la mejor educación para todos» Robert Maynard Hutchins. Pero es muy difícil. La Edad Oscura avanza incontenible. Como monjes confinemos a los A.C. en pequeñas islas de arcaica pero férrea conservación.
Los monjes contemporáneos tenemos una suerte de irrestricta religiosidad inveterada; postrarnos ante los genios y la alta cultura. La buena vida constituye una prelación y jerarquización previo análisis minucioso del mundo y el arte.
Álvaro Cunqueiro, Platón, Johnson, Racine, Foscolo, Cavafis, Tolstoi, James, Mann, Eliot, Addison, Feijóo, Cernuda, Pareto, Aron, Gibbon, Fray Luis de León, Auden, Larkin, Galdós, Euler, Galois, von Neumann, Erdös… se yerguen contra el colapso de nuestra inteligencia. Conservémoslos y reverenciémoslos.