Mi otoño: el campesino sin aflicciones
encendiendo el fuego y ninguna tormenta
cerniéndose sobre el bosque, entrar en la calma,
Los hombres son gusanos de casco rojo con uñas sucias.
Epicuro: “No me preocupo de agradar a la masa.
A la masa le gusta cosas que yo desconozco,
y lo que a mí me gusta sobrepasa su entendimiento”.
En pie sobre una barca, solitario, sin compañía
de insolentes bestezuelas. Para mí la Belleza
o mi Mente cuajada de sí misma.
Gobiernos y votantes calzonazos, babuchas mohosas,
España tatuada y atrozmente mediocre. Mío:
hojas de morera con gusanos de seda, monasterios
con hechizo y caracoles, ser en un punto quieto,
la duermevela en el campo de conchas,
la nieve que pisa el País de los Gatos. Para mí
la casa en calma, apacible, suspensa, mi mundo en orden.
Lucrecio no calla: barrizal espeso de diamantes,
silenos para las coníferas dentro de la Luna,
iglú de soledad y bendición del silencio.
La casa en orden, mis libros, mi mundo en calma.
Mi otoño: irme lejos, apartar de mí la mediocridad
brutal, el olor a bistec requemado y acelgas.
¿Qué leyes rigen “felicidad” y “desdicha”?
¿Quién dirime “éxito” o “fracaso”?
Cuando en el edificio gritan como bestias,
cuando el Parlamento farfulla su vacío,
yo releo a Horacio, Euler y Wang Wei, y vuelvo la vista
a mis colinas de los cañones del Sil.
Canciones de trilladores flotan en mi memoria.
Cantos de pescadores se oyen a lo largo del valle.
Mi lema fue: “Láthe biósas”, “Pasa inadvertido por la vida”,
“Vive sin hacerte notar”, “Vive oculto”. Mi destino
fue medirme con los genios y despreciar al vulgo espeso.
Ahora mi voz cruza las avenidas de savia del Universo.
