Arte

En la mente popular acecha la idea que, bajo cualquier humano, se encuentra una creatividad artística deslumbrante. Los dones para registrar emociones en prosa, bailar eurítmicamente, cantar con propiedad, componer un aceptable poema, ejecutar cabriolas con el pensamiento o bonitos artefactos con las manos, están ampliamente distribuidos en nuestra especie. Pero una creación, un artista, debiera predicarse de aquellos objetos salidos de una mente muy fuera de lo común, absolutamente extraordinaria, con una voluntad férrea y astral, y al servicio de un punto de vista singular y grande sobre la vida y el mundo. Y esto sí que escasea alarmantemente entre nuestros congéneres. Un tipo con labia y desparpajo que se sale con la suya, una suerte de bohemio que desea vivir fuera de la rutina burguesa y anhela una suerte de vida libre y desembridada, un mero imitador eficaz de formas ya establecidas, es el talento que hoy abunda pero que poco -o nada- se aviene con el genio creador. Todo quisque desea que sus expresiones se enjuicien como artísticas, pero de ello solo resulta un abaratamiento y descenso del nivel medio. Cualquiera puede tener creatividad, pero casi todos carecen de creatividad artística en el sentido fuerte y con las condiciones antes mencionadas. Ars longa, vita brevis.

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