En Septiembre hará cinco años que murió mi padre. Te echo de menos papá. Tu amor derramó sobre mí más vida de la que yo tenía. No hay nada más hermoso que una mesa abundante donde desayunan los padres con sus hijos. Nada más noble que la alegría de arrullar y pacificar. Sin tu mar, sin tu sol, siento roncas las tinieblas impalpables. Papá, todas las horas de tu vida todavía me acolchan. Papá, el combate sin ti es duro. Nunca hubo una guerra buena ni una paz mala.
Todo tiznado de comercio papá, embadurnado de trabajo papá, pero el mundo incuba con pecho pálido la grandiosidad de Dios, cuya falda de nubes canta hazañas gigantes. Creo porque nunca creer fue absurdo. Y creeré en ti incluso más allá de la muerte.
Me visto con paños nobles y curiales, me unto de lavanda las manos, y entro en mi biblioteca para hablar con los muertos sabios. Pero papá tú siempre estás en mi mente de forma constante y perenne. Tú fuiste el más sabio de los hombres. Interrogo sus razones -tus razones- y esos hombres por su humanidad me responden. Gozoso huyo del siglo xxi, es decir, de la publicidad por encima del logro, la revelación por encima del comedimiento, la sinceridad por encima de la decencia, el victimismo en lugar de la responsabilidad personal, la confrontación en lugar de la cortesía, la psicología en lugar de la moralidad.
La historia es una acumulación de escombros, y cualquier tiempo pasado fue mejor. Sí papá, lo hablamos mucho, este mundo no es el tuyo ni el mío.