El país del arte

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Está la mohosa covacha inglesa, el alcohólico iglú nórdico, el tenderete tan vulgar y mediocre y mercantil norteamericano, el presumido palacete óxido francés, la cuadrícula sin vida alemana, el aburrimiento otomano, en fin, a qué seguir. Aunque tú busques el exilio ningún país es jauja, ningún ordenado y limpio destino te espera en ellos. La casucha vieja y desportillada hispánica te tocó por azar. Pero lo mejor de todo y de cualquier sitio es el país de su arte. Lo mejor pensado y dicho y pintado es lo inmanente y perentorio. Lo que no caduca ni cae, esa es la corona o región celeste de las naciones. Si vives en ella no mueres porque realmente has vivido. La República de las Letras, el salón de Madame du Deffand, la Academia de pintura, el barrio licencioso y bohemio, la luna escrita desde la cama por el poeta, ese es el genio para habitar moroso. Lo demás es peluquería rancia, cháchara de taxista, politicastros, kitsch universal, beodas razones, y una fuerte propensión a la nada.

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