Pablo Iglesias

grey skulls piled on ground

Pablo Iglesias, sin ideas tangibles, pero experto en cacofonías, en tonteninas a granel, cree que gobernar con pimienta y cayena es el súmmum de la política. Su misticismo pomposo en el fondo es cruel. Su ballet bolchevique es todo ausencia de color y apología de la monotonía, del gasto desmedido, del proletario arruinado, su débil hormigueo populista es la más ingrata promesa de futuro. Creo que en lugar de inspirarse en la música, lo hace al oír correr su gato por encima del teclado. Estalinista compulsivo. Leninista contumaz. Mentiroso obsesivo. Con un credo intelectualmente inane, estéticamente pobre, sociológicamente manipulado, científicamente paupérrimo e imposible.

 

Me produce mucha grima la apelación de Pablo Iglesias a «la gente», una nueva formulación leninista de un supuesto pueblo lleno de imponderables virtudes beatíficas. Entre Cicerón y Thomas Mann en la historia de Europa se señaló que nos deberían gobernar los mejores, una clase patricia de la inteligencia. Mejor nos iría si los responsables del gobierno, del arte, de la educación, de las empresas, saliera de la clase de más patente, de más capacidad y moral. «Classicus» significa etimológicamente de primera fila. ¿Por qué deben gobernarnos los últimos de la fila? ¿Por qué, si carecen de méritos, respetabilidad y autoridad?

 

[PUCHI Y PABLO]
Sr. Pablo Iglesias y Sr. Puigdemont, para rey o para necio se nace, y ustedes no nacieron reyes. No hay nada más parecido a un demonio que un mal príncipe. La disensión proviene de la estulticia. Para hacerse cochero se aprende, se practica, se entrena uno, para ser príncipe creemos que basta con haber nacido bajo la égida de la estrella y la luna, lo importante es que se sea honesto, discreto y no se tenga la mente injuriada, precisamente propiedades de las que carecen ustedes. Recuerden ignaros ambos el clásico erasmista «Spartam nactus es, hanc onra«, «Esparta es tu lote, hónrala»; pero ustedes dedican su tiempo a jugar a los dados, a bailar, a enredar, a enmerdar, a cambiar pañales, a ir de putas, a comprar casoplones, a la parranda, a cazar y liquidar (véase el caso Errejón y los múltiples expulsados de Podemos), a lucrarse, en definitiva, a la deshonra. Una sola pareja de aguiluchos feos y mendaces necesita un gran territorio para devastarlo. España y Cataluña son grandes, no devasten más. Váyanse a su casa a hacer calceta. Ustedes son ese tipo de hombres para quien la libertad es algo inútil, no saben emplearla. Aberración y pintoresquismo excesivo son; ya vale. Los minúsculos botones invernales de las ramas de los árboles ya no tienen una cualidad de pelusa suave; se cargarán hasta Natura. No ilustren más las tinieblas de la oscuridad y váyanse a casa a hacer ganchillo y macramé, -pero, Puchi, tú a la cárcel. Dejen la lisonjera gloria de los oficios públicos y retírense a estudiar en casa -Puchi tú, Dios lo quiera, a la mazmorra- Los mesías de hojalata son bibelots feos de esos que se venden en los chinos. Su mesianismo, amén de falso, es antiestético. El Bien o la patria no se lo agradecerá, como lo agradecerá el gusto -también el político-.

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