Mi contribución a la revolución comunista mundial
Corría mi acné por la cara y la adolescencia en las entrañas cuando, tras la atenta lectura de un panfleto de Lenin, con papel y boli pero sin bomba en la mano (guardaba y guardo digna memoria de mi abuelo, capitán de la Guardia Civil, temor reverencial a la autoridad de papá, y un gran cariño a mamá para que me educara sin visitas a la cárcel), decidí contribuir a la Revolución. Que alguien con catorce años -la edad de consentimiento sexual en el Vaticano es de doce- actúe, si hace no hace, con un siglo de retraso, no deja de señalar nuestro grado de instrucción particular y general. El grupúsculo que me admitió en sus filas, a Dios gracias, era bondadoso, en su presencia leche o agua mineral, pero nada de cerveza. Agradezco al comunismo extraparlamentario mi anterior y posterior vida abstemia (y a la burguesía provinciana otras evitaciones psicodélicas), pero, su falta de finezza literaria, y no así su ley seca, acabaron en un tris tras con un prosélito, con un camarada. El «pardillo» (o sea yo) tenía como cometido escribir informes casi policiales sobre cualquier acto político o cívico o cultural de la ciudad antirrevolucionaria (un cruce entre Lugo con Vic) Me lo tomé en serio. Pero ya se sabe que la prosa lírica púber cruzada con infautación retórica y LOGSE, y ello sumado a una especie de Marx de manual comiquero, acaba con las convicciones de los más guerrilleros. Fue tal la purga o reprimenda al extenso informe de floripondios esdrújulos y metáforas rimbaudianas que ahí les dejé, y ahí deben seguir (eran creo ese tipo de personas que presumo con «creencias para toda la vida») Pero he de hacer una confesión retrospectiva; en mi única contribución a la revolución comunista mundial está mi más alta contribución a la historia mundial de la literatura, concretamente una frase en la que afirmaba «sin follar y sin leer qué será de nosotros». Después mi obra de escritor no ha hecho más que involucionar hacia una prosa plúmbea, franquista, densa y pedante. Pero ahí hablé al hilo de la dorada liviandad de las musas. Sobre el contenido de la proposición veinte años después mucho descreo de una parte de la copulativa (precisamente de ésa) y más se alimenta de sí misma y con cuánta pasión la otra. De alguna manera mi barroquismo e impericia de escriba me acercó a Nozick, Raymond Aron, Popper, Von Mises, Hayeck, Berlin, Mill, Russell, también a De Maistre, Bonald, Burke (un ser este último absolutamente excepcional), hasta llegar al gran y asombroso Escohotado de Los enemigos del comercio -obra española y de autor español para leer, esta sí, con lápiz y boli- ,en fin, a toda la selecta familia del pensamiento diestro (altamente dispar, solo de ver tantas especies de liberales uno se abruma) que los representantes políticos por lo que dicen ampliamente ignoran (el único al que se le notan estas lecturas es a Vidal Quadras) Hay vida más allá de Gramsci. Si la literatura me sacó muy jovencito de la izquierda me apena cuánta literatura lleva a la izquierda. La melaza cultural progresista invade como un virus las cosmovisiones alternativas. Agradezco al azar -por desgracia la educación en el instituto era bananera y un mero lavado de cerebro pujolista-mis intereses hacia lecturas solventes, sin misticismo ni sofistería ni ilusión ni irracionalidad económica. Tiendo a ciertas ideas esperpénticas, pero las bases sólidas están. Proletarios del mundo, acudid a la biblioteca. (Inciso: la derecha, va de suyo, debiera ser especialmente culta; se tiene la impresión, que derecha inculta abunda y usa de souvenir o cachivache a la muy minoritaria culta. Parece ello el expreso imparable de la contemporaneidad, esa necesidad inherente a todo de su show y colorines, de dar las ideas en píldoras o barbitúricos. Menos colorín y más latín, dicen sabiamente los que saben. Fin del inciso)
Pueril y ampuloso como un César romano
La esmeralda manchando el marfil de su mano
Igual que un exvoto en un campo de armiño
De Nerón tenía el vicio con el gesto de un niño.
(Epitafio del Marqués de Hoyos y Vinent, autor decadente, por Rubén Darío.
En mi desván descubrí algunos libros suyos junto a una Biblia protestante y Las mil y una noches. No sé a quién pertenecían estos libros).
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