Veo muchas similitudes entre el Papa de Roma y un joven punk de Liverpool. Ambos se dirigen casi en exclusiva al gesto y omiten el contenido, son actores y no autores. Los ademanes peronistas de Bergoglio son autoalusivos, autoconcluyentes, no indican ni requieren un ir más allá de ellos. Es la representación por la representación, la mímica o el signo ayuno de significado. La argolla o piercing y las iridiscencias de cabello verde del punk son escenario, no me informan en absoluto sobre qué hay dentro de él, en las intimidades o interiores de su corazón. Al hilo de esta observación se me ocurre que ya hemos perdido casi la capacidad y sutileza en identificar tipos humanos y los motivos que los guían o conducen. Es un caudal ancho de experiencias el que se precisan para clasificar a alguien como » un Gregorio Samsa» o «un Scrouge», se requiere la familiaridad con la literatura y cierta vividura. En el Louvre o los Ufizzi los pintores de los cuadros expuestos sabían que sus temas y significados eran reconocidos automáticamente por el público. Hoy día la familiaridad con los temas bíblicos o grecolatinos es, en el mejor de los casos, remota, y ya nada nos dice «ser un Phaetón o «una Dalila» o «un Jeremías». La interpretación de los tipos humanos se la cedemos a infaustos tertulianos de televisión o a la psicología popular o a los libros de autoayuda, tan reduccionistas y plebeyos.
Mala -es el corolario- una civilización en que se asemejan tanto el Papa y el punk que apedrea su Papa-móvil.
Disculpen, se lo ruego, la melancolía.