Sobre la triaca del orate diletante

SOBRE LA TRIACA DEL ORATE DILETANTE
De «El falso aristócrata»

 

 
El buen ciudadano es un tradicionalista respetuoso
de la ley. Que cree la libertad individual más importante
que la igualdad, tiene alergia al poder político
y está en contra de su reunión en manos de cualquiera,
especialmente del pueblo, el pueblo que anhela comprar
lavadoras, tostadoras, ordenadores personales, ollas,
polvos de talco, cremas de belleza, lápiz de labios,
laca de uñas, perfume, jabón de tocador, viajes,
vodka, cerveza, pasta dentífrica, sexo, bibelots kitchs,
crema de afeitar, desodorante, lavavajillas,
batidora y plancha eléctricas, dúplex, muebles, radio
y televisión digitales, automóvil, máquina de coser,
frigorífico, calefacción, microondas, equipo de música,
secadora de ropa, cocina vitrocerámica,
aire acondicionado, antena parabólica, Netflix,
Amazon, Movistar, arcón de congelados, Adidas,
Coca-Cola, smartphones, el pueblo enastado, hilado
al ron goteante de pútridos huesos del alba,
que es un devoto caballero de la Nada,
y cuya sigilosa lejía del siglo se mezcla
en sus convicciones como una casa de campo
no uncida a un trono, como gente que va a lo suyo
porque no sabe lo que pasa. Creo que algunas
personas -la minoría- están mejor preparadas
o son superiores a otras, y que si la religión
venera la autoridad y respeta la herencia, el pueblo
tiene un temperamento egoísta y una visión limitada.
Deseo asociarme con los muertos y no con los vivos.
Deseo el pensamiento que alimenta a los muertos
(la memoria pasada es promesa de futuro)
Y arrullar a los chopos, para por ventura poder verlo todo.
Verlo todo. Bajo el aspecto de la eternidad.
El zambullido del viento y el epitalamio de los gansos.
La revolución del gusto que ennoblece tantos libros.
El cráneo de piel de castaña de los lobos
miniando la alquimia cristalina de un huerto.
Las vulvas amodorradas en tontos bares de rubias.
Y yo solo entre la gente, con mi terno de sastrería,
entre la nieve fina, orando al ropaje de estrellas.
Ver la grandeza del azafrán opuesta a Franco en un billete.
La infértil quincallería de los periódicos.
Los hoteluchos sin gente sensata.
Las playas aberrantes con cuerpos fofos.
Y yo solo en mi gabinete entre viejos legajos, meditabundo.
La cultura de hoy no debe consistir en expandir
la civilización, sino en, decididamente,
seleccionar y descartar, destacar y repudiar.
Lo anticuado jamás es efímero.
Las cosas antiguas existen para enseñarnos
a ser jóvenes, a nacer de nuevo.
¡Make it old! Cordial decoro del invierno y la lechuza.
Amemos la tradición verdadera y no olvidemos
a nuestros antecesores. Traditio legis.
Las modas son costumbres de las que la gente
se cansa pronto; costumbres sin causa.
Al obispo de Canterbury, a Dios, y a mí,
nos molestan los trenes destruyendo la hierba ancestral
o el gasóleo de los aviones estrangulando el cielo.
Todo lo antiguo es una cuita de amor ganado.
Y también la pobreza de las palabras de este orate
son parte del planeta, del tiempo, la niebla,
de lo lleno de amor, espíritu, sentimiento y fe.

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