Conservadurismo natural

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Todavía no está todo perdido para los que somos de derechas. Existe un conservadurismo natural, una ética y costumbres comunes, que nacen de la conversación espontánea entre nosotros, que surgen de nuestro intercambio de opiniones y sentimientos en el escenario de la convivencia. En ese proceso se formula nuestra querencia y aprecio por la propiedad privada, nuestra ponderación no extremista y lógica del papel o rol de la mujer y el hombre, nuestra pasión por la libertad y la autonomía, nuestros caballerescos y compasivos anhelos de justicia, el profundo sentido de corrección e incorrección ante nuestra conducta, el inmenso respeto al orden, las instituciones y la ley, el amor incondicional a los hijos y el amor reverencial a los padres, el incontenible sentido trascendente o religioso que envuelve a la vida, la idea regular (armónica y simétrica) de belleza, el horror ante el aborto, la admiración a la sabiduría y el desprecio a la necedad, nuestro patriotismo irrefrenable, y, tantas, tantísimas cosas más.
La gente de derechas creemos en ese orden espontáneo, algo así como una emanación de la naturaleza humana metida en el meollo de la polis. El problema y el mal de la izquierda es que no cree en este orden espontáneo sino que pretende diseñar la sociedad a partir de un proyecto previo. Así han deconstruido la escuela, la familia, a la mujer, la patria, y un largo etcétera, así han remozado o pretender dirigir y orientar nuestras conversaciones espontáneas, creando un sentimiento de culpa, una tensión interna, en aquellos que «sienten» ese orden natural pero no son suficientemente fuertes para resistirse a las presiones o el diseño del proyecto izquierdista. Ellos abogan por un supuesto «progreso» y usan los misterios retóricos de las palabras en lugar de la inclinación a los hechos. El problema político del último siglo, y sigo a Chesterton, es que la izquierda no se cansa de hacer sus nefastas reformas y los conservadores, en lugar de conservar la eternidad y la tradición occidental, solo se dedica lastimosamente a «conservar» las reformas de la siniestra. Encima la inmensa mayoría de medios de comunicación, los más importantes organismos internacionales, la mayoría de intelectuales, se suman a la labor de cuña, de acoso y derribo, de nuestros instintos y conservadurismo natural. A veces creo que el siglo xxi es como un joven atolondrado, inculto, inexperto, pueril e inmaduro, con imbéciles pájaros vacuos en la cabeza. Pero otras veces, y espero que con lucidez, abandono mi pesimismo, y sé que la cultura tradicional, los valores clásicos, no son tan fáciles de cambiar pese a tanta ingeniería social. El inveterado realismo de nuestra visión del mundo no se aviene bien con el idealismo de acné juvenil del pensamiento de izquierdas. Ahí radica mi esperanza.

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