Monje. En honor de Torrente Ballester.

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A mi juicio esta peste enfatiza y agudizará el ocaso, el crepúsculo y declive de Occidente. Un McWorld con una acelerada desigualdad económica y social (depauperación y proletarización de la clase media, dominio avasallador de las élites plutocráticas), decreciente conciencia y calidad intelectual (infantilización y abrumadora banalización de la cultura, crisis astronómica de la escuela y la Universidad, barbarie mental y orgullo público del sandio por ser eso mismo: ignorante y sandio), y muerte del espíritu (apología del sensacionalismo y la chismografía, abundancia de hombres huecos como si estuvieran solo rellenos de paja, aparición en el escenario social de costumbres inanes y vacías, de puros gestos sin contenido, pérdida de crédito de la ley y lo sólido, enemas emotivos y supersticiosos de una espiritualidad de autoayuda, derrumbe del canon estético, etc..) . Un universal bibelot kitsch en la mente de los hombres donde todo contiene mensajes comerciales y donde se vive una supresión sistemática del silencio y la lentitud. Donde abunda lo estúpido, falso, torpe, lo sin talento, vacío y aburrido y que la gente alienada cree elegante, genuino y brillante (léase programas de telerrealidad o talk shows, música sentimental en la radio, deportes gregarizadores o colectivizadores donde la horda se animaliza en manada gutural, el fraude de novelistas que derrotan el pensamiento y aniquilan la retórica por la simple adrenalina agramatical, los millones de irrelevantes y deslucidos contactos en las redes sociales). No es ya que no se sepa distinguir basura de calidad, es que se toma la misma basura como calidad ¡Qué escasa es la inteligencia en el mundo real! !Qué pobre el espíritu! Con esta cultura y espíritu de broma la identidad personal aparece ya como un cadáver. Telenovelas, concursos, películas, Instagram, Netflix, Smartphone, el alma convertida en rosas palomitas de maíz kitsch e industriales pizzas a domicilio.

O sea, incremento de la pobreza, brutal ignorancia, y kitsch vital. ¿Qué planes tengo entonces? La solución monástica; salvar mi vida y conservar así lo bueno de la civilización y transmitirlo en la medida de lo posible, como hicieron los monjes irlandeses en la Alta Edad Media. ¿Cómo? Resistiéndome al orden corporativo comercial planetario, evitando ser un homo videns y reivindicando la Era Tipográfica frente a la Era Electrónica, diferenciando la realidad de un parque temático, denigrando la manufacturada opinión pública y odiando la vulgarmente hedionda telebasura, no compaginando con la insidiosa y deplorable moda «New Age» y centrando mi sabiduría en los clásicos (buscar inspiración no en las palabras imbéciles irracionales de gurús multimedia sustitutas del mero ruido sino en Platón, Montaigne, Quevedo, Goethe, Wordsworth, Jane Austen, Mann, Huxley, Azorín, Cernuda, Gómez Dávila, Borges, y todos sus pares), saber que Internet es una mera herramienta y nunca un estilo de vida (conocer perspicuamente tanto sus innumerables peligros como sus poderes), buscar desinteresadamente la verdad y desistir del infecto y pedregoso posmodernismo que tanto niega la verdad como el ideal de verdad, cultivar el arte (afinar el gusto y elaborar la sensibilidad), usar el pensamiento crítico y aprender a ponderar y dirimir acercando a mí aquello que los genios han expuesto tan diligentemente, guardar la mente del moderno oasis de distracciones buscando los bienes de Dios que están contenidos en el corazón vacío, meditabundo y solitario (es una obligación no ser perezoso ni necio), escribir para la posteridad, no para la efímera lista de best-sellers, ir a buenos museos de arte y no ver las comerciales Pocahontas o Spiderman (¡cuánto cachivache de mercandaching!) o no visitar símbolos estrafalarios y esperpénticos como Las Vegas, no llevar a mis hijos los fines de semana a Ikea o al Centro Comercial sino llevarlos de acampada o a las bibliotecas. Mis planes para la nueva normalidad son convertirme en un monje laico, en una especie de humanista ilustrado (en mi medida muy humilde y muy limitada)

Y la obra de Torrente Ballester (artículos, ensayos, novelas) pertenece muy felizmente a esa vocación alta e ilustrada, porque es un clásico, es decir, algo que debe perdurar y conservarse en el tiempo, algo que en nuestras celdas monásticas lujosamente estudiamos y gozamos, por su decidido relumbre estético e imaginativo. Torrente Ballester debe leerse en el bachillerato desplazando a memeces como «Manolito Gafotas» o «Harry Potter». G.T.B. evita que los habitantes del planeta nos convirtamos en simios con una semihabla desarticulada, incapaz de analizar un argumento o cohesionar en una secuencia lógica tres ideas. Para sobrevivir como individuos debemos leerle. La escuela no enseña (la nueva y mentecata pedagogía desprecia el conocimiento a favor del desarrollo de espectrales y vaporosas habilidades), la disciplina casi no existe, la autoridad se mira con reticencia, la filosofía, la historia y las lenguas se abandonan, se descuida la escritura y la memoria, ¿debemos creer ineludible una vulgarísima y chata uniformidad humana? Contra esa vulgaridad se enfrenta «La saga fuga de J/B», «Don Juan», «La isla de los jacintos cortados», etcétera. O buscamos un elitismo para todos o la decadencia será vertiginosa. Pero eso es muy difícil; la Edad Oscura avanza incontenible. Como monjes confinemos a G.T.B. en pequeñas islas de arcaica pero férrea conservación.  Los monjes contemporáneos tenemos una suerte de irrestricta religiosidad inveterada; postrarnos ante los genios y la alta cultura. La buena vida constituye una prelación y jerarquización previo análisis minucioso del mundo. Gonzalo Torrente Ballester se yergue contra el colapso de nuestra inteligencia.

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