
Desearía poder unirme a los Solitarios Monjes de la isla de Caldey en vez de ser una pobre criatura que infiere palabras ociosas y escribe mediocres libros.
La palabra trae desarreglos, pasatiempos y frivolidades fútiles. Las palabras te permiten conocer muchas cosas pero desconocerte a ti mismo. Pieles o cueros, como de buey o de oso, gruesas y duras, cubren el alma. Deseo avanzar hacia mi propio terreno, deshojar o evitar mis palabras exteriores, y en soledad conocerme a mí mismo para añadir y no quitar.
La serena certidumbre de la beatitud de la noche, absolutamente solo y silencioso. El jadeante espíritu que se humilla y exalta ante Dios, el alma con una percepción tan limpia que cabalga o escruta infinitos. Porque Dios embriaga la lluvia rosácea que brota del aire rápido, es murmullo de viento insumiso acordado a los acantilados, un ave tranquila con un sonido de aire delicadísimo en sus dorados pulmones, un himno, un elixir que inventa sílabas esenciales, bellezas pastorales, inviernos contiguos al mar.
Imagen sensible de brisas la soledad que busco. Toda la noche la ira de mis palabras inútiles duerme y nacen las contemplaciones iguales a un poderoso Bósforo. Muera la Turbia Forma Superficial así como las vacías estrellas en su caída violenta de plaga neuropática, de lengua paleolítica. Que sobre mis pensamientos ayunen los encantos del hablar mundano (ordinariamente mucho sobra el farfullar de tantos ruidos, objetos y espectros), y se cierna la claridad y el espíritu discierna la conversación del cielo, los halagados estudios del conocimiento, la poblada energía de las flores; llamadla lleno abandono, azafrán seráfico, diosa soledad.