
Catulo se quejaba amargamente de un siglo lleno de generaciones de hombres ausentes de gusto y gracia, «O saeculum insipiens et infacetum!» Policarpo, obispo de Esmirna y Padre de la Iglesia, dijo en el siglo II, según se lee en la Patrología de Migne: “¡Dios mío! ¡En qué tiempo me habéis hecho nacer!” Leopardi, en una carta enviada desde Florencia a Pietro Giordani el 24 de julio de 1828, escribe «En suma, empieza a asquearme el soberbio desprecio que aquí se profesa por todas las cosas bellas y por toda literatura: sobre todo porque no me entra en la cabeza que la cumbre del saber humano consista en saber política y estadística. Al contrario, considerando filosóficamente la inutilidad casi perfecta de los estudios hechos desde la época de Solón para obtener la perfección de los estados civiles y la felicidad de los pueblos, me da un poco de risa este furor de elucubraciones y cálculos políticos y legislativos. […] Sucede así que lo placentero me parece más útil que todas las cosas útiles, y la literatura útil de una forma más verdadera y cierta que todas estas aridísimas disciplinas [la política y la estadística]» Nada extraña que el poeta tildara su siglo de «soberbio y estúpido». «Yo renunciaría antes a las patatas que a las rosas» señaló cáustico -y muy certero- Gautier.
San Agustín consideraba la estupidez un pecado original de Adán; acepto la alegoría; en cualquier civilización simplemente tendremos menores o mayores grados de estupidez. Ahora es especialmente estúpido el evangelismo tecnológico, la obsesión de los amantes del «subiti guadagni» (es decir, de rápidos beneficios monetarios) y una especie de «universae ignorantia».No hace falta esperar a los bárbaros.