
El pasado es un reservorio exquisito de ideas grandes y gestas nobles o de sumas bellezas. Cualquiera hoy tiene acceso fácil a sus magnas ideas y ejemplos gloriosos. Pero nadie enseña a tomar eso como una posibilidad viva para uno mismo. El gusto por la grandeza exige asimismo también pasión. Una prudente, piadosa, sabia, pasión significativa.
Las pasiones significativas de los jóvenes o de la gente «espesa y municipal» son esculpidas por el macabro mercado y los «media», y no por la gatopardesca razón libre y cardenalicia, imitando así a los modelos antiguos geniales (es decir, clásicos). El supermercado desbancó, descabalgó al genio (turbamulta de cartagineses que no leen a Polibio y usan máscaras ofensivas al gusto)
«Litterae quoque […]per Italiam increvere, accedente tunc primum cognitione liiterarum graecarum, quae septingentis iam annis apud nostros homines desierant esse in isu. Retulit autem graecam disciplinam Chrysoloras Bisantius, vir domi nobilis ac litterarum graecarum peritissimus» Eso dice Bruni de Manuel Crisoloras (Constantinopla, 1350-Constanza, 1415)
Traduzco: «Las letras […] se difundieron por Italia, sumándose por vez primera al conocimiento de las letras griegas, que habían dejado de estar en uso entre nosotros desde hacía setecientos años. Quien restituyó la antigua disciplina fue Manuel Crisoloras, bizantino, hombre en su patria noble y sumamente ducho en las letras griegas»
Los últimos Crisoloras van muriendo, murieron (Bloom, Steiner, Batllori, Popper, Von Balthasar, Olsen, Curtius,…) y se trocan por mediáticas figuras intelectuales con una embarazosa mediocridad de magazine.
El heroísmo no se encuentra ya en las Vidas Paralelas de Plutarco sino en la final de taparrabos de la Champions; la bondad no es un atributo de Cristo sino un gordinflón de barba postiza vestido de Papá Noel frente al centro comercial; la Fortuna no se la domeña sino que se la azota sin piedad; se hace lo que se quiere, pero se carecen de ideas inteligentes para hacer cosas inteligentes con aquello que se quiere; abordar la lectura de grandes libros es algo que casi ha desaparecido de todas partes; el amor no es un destino eterno sino un contrato perecedero; los curas ignoran el latín y se nutren de la prensa rosa; el carácter y la imaginación no siguen un método sino la irreflexión evangelista tecnológica.
Prisión de Dédalo es mi melancolía por este mundo sin brújula ni altos porqués. Permitidme como colofón un sueño; los poetas -aún si hijos del «melancholicus» Saturno- somos humanistas como el rey que presenta la «Cronaca figurata» florentina. Ese rey latino enseñó agricultura a los romanos y fundó Sutrium. En cuevas siríacas o catacumbas escribimos alunados, como lobisones solitarios.
Aquello que permanece, el oxígeno de las branquias de una civilización, fue fundado por un poeta. Aunque la Anfictionía Délfica esté controlada por los etolios, persistimos y no nos rendimos. Zeus es testigo. Amén.