
Cuando contemplo mi prosa o poesía, casi siempre siento la humillación ante un espíritu que funciona no con objetos valiosos, sino con cosas que me insultan. Para vencer en literatura, enfrentándote a un ejército con iguales efectivos, debes aniquilarlos a todos y, a la vez, no puedes permitirte el lujo de perder ningún hombre. Esta idea de Seferis es tan exacta como feliz. Un poema, un fragmento brillante de prosa, mantiene en movimiento muchos platos sobre distintas varillas. Entonces, logrado ese efecto, dejas de pulir. Un escritor elemental pero correcto mantiene en equilibrio solo dos platillos, un virtuoso más de una docena. Me siento humillado al releerme y ver fragmentos de algún/os plato/s rotos por el suelo. Escribo para alimentar esta hidra estúpida de las redes. La faena seria la pospongo o aplazo. Sé que puedo mejorar (abrumadoramente), aunque tanto mediocre material como ofrezco aquí parece una especie de autosabotaje. El espíritu, alimentado con sederías o vilezas, siempre funciona. Yo -y no todos podrían afirmarlo- al menos distingo sus momentos.
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TERAPIA ARTÍSTICA
A Marta Cots Lledó (1971-1993)
A veces pienso que el territorio del amor
es indiscernible del territorio de la muerte
y que gatos demoníacos y lobos hambrientos
lo marcan infaustos con sus ácidos orines.
A veces pienso, valga la hipérbole,
que el amor es una gaviota atrapada en la turbina de un avión.
Que no se distingue del desplome de las Torres Gemelas.
Pero después vienes tú, aurora en las regiones del éter,
vestida de cuca Marilyn o arlequín rosa, dandy
con foulards amarillos, sutil y onduyant,
extravagante, desnuda y arrolladora y tierna, y entonces,
de alguna rara manera, por una suerte de racionalismo mágico,
el “yo” no arde quieto más en los infiernos,
nos extasiamos ante nubes o pintura paisajística,
nunca dejamos de ser compinches, jamás,
de inundar de rosas los pasillos de los hospitales,
o blandir la espada en justas del medioevo,
o bien disfrazarnos de espantapájaros (ahora que lo pienso,
eso sí; de espantapájaros dialogaríamos con el exclusivo
poder de la mente)y, entonces, de alguna exacta manera,
tú te desintegras en las letras arial narrow
de cada una de las palabras que te dirijo,
perfumada, como un bouquet de flores, al pie de unas olas,
emergiendo del Mar Muerto nuestro géiser de besos.
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RIEN N´ÉGALE EN LONGUEUR LES BOITEUSES JOURNÉES
Un buen pudín triturado disfrutarán de cena
los gusanos con mi cuerpo; después de esa
liturgia bioquímica el bolo se convertirá en ánima
cabalgando hasta las luminosas aguas de Dios.
«Señorito -le oigo ya- advierto su reprimida inclinación
al sentimiento y una excesiva tristeza áspera
de hueso de cereza raspando el cuello. ¿Por qué tan infeliz?
Descanse. Se le abre la puerta del futuro.
Ah, sí, también me gusta a mí Shakespeare.
¿Sabe? Aquí lo mejor dura tanto que solo podemos
decir «Esto es lo mejor». Su noche sin ciencia cesó.
Esto es lo mejor. Esto es lo mejor. Esto es lo mejor.
Le Club Méditerranée: la plus belle idée
depuis l´invention du bonheur. Bienvenido a casa.
Verá como galopan de placer sus labios.
Tenemos mucho tiempo para charlar».
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VOICES
Comenzó a ver en la poesía a una «puttana»
en la razón un quiebre cadavérico
-la razón está dañada por el pecado original-,
y en su vida un termitero criminal
con cielo viejo y oráculos mudos.
Le aburría la tabarrosa retórica de la cultura,
su corazón de azufre, su carne de estopa.
Por eso no cesaba de oír voces:
«cupio dissolvi et esse cum Christo»,
deseo la disolución de mi carne y estar con Cristo.
Monologaban en bucle. El mismo mensaje
con ligeras y torturantes variaciones.
Solo soy un niño dormido y pensativo
que escupe la antipática tempestad.
Tengo fe. Tengo miedo.
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PRIMER AMOR
La primera mujer que besé y me tocó
fue una delgada pajillera de cine porno.
Olía fuerte a desinfectante Zotal y lefa.
Recuerdo su larga melena amarilla de medusa,
los pliegues sabios de la nalga,
el barato (pero embrujado) vestido corto negro.
Para mí era una mujer llamada Música
con perfecto ritmo sonante en mi corazón y el paraíso.
Era una mujer para mí llamada Pájaro
posada en estatua o picoteando en las algas.
Querida, hagamos más el amor en lugar de hacer dinero;
quememos cartillas y tarjetas bancarias,
no evangelicemos la ganga de gadgets tecnológicos,
odiemos las ilegítimos usos cotidianos,
los trabajos y afanes, el escalafón, la familia,
y encerrémonos en una buhardilla con quinqués,
naipes, alcohol, cuadros y viejos grimorios,
sin levantarnos nunca del jergón.
Que las lenguas vagabundeen por ociosos veranos.
Sea nuestro Amor un haragán plácido
y culto estirado en la tumbona y tomando
el sol bajo palmeras tropicales y daiquiris.
Y mañana conversemos en le salon de Madame de Geoffrin.
Como últimos romanos ante el declinante imperio
que arcángeles envidiosos o burgueses gurruminos
murmuren sobre un Placer incapaces de comprender.
Al salir ya olía a perfume de eucalipto que oxigenaban los vientos.
Cesaban los homicidios en la ciudad populosa,
Catalina II, con excelente prosa, escribe sus inteligentes memorias,
y corrían carrozas dieciochescas por las autopistas.
A partir de ahí ya podía contar a mis pocos amigos
que al fin era un hombre enamorado.
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Lo nuevo en verdad serio debe basarse en las grandes obras del pasado. Sin el estudio de los grandes pensadores y artistas de antaño cercenamos o mutilamos la conciencia de las más grandes posibilidades. El pasado glorioso debe conservarse y transmitirse en cada generación de la civilización. De lo contrario nos convertimos en chatos hombres necesariamente presos en el horizonte de nuestro tiempo y lugar, y, en una democracia, eso significa no poder sacarse los grilletes de las premisas y prejuicios de la opinión pública. Observo con pesadumbre como muchos hombres ponen murallas al pasado y muchos jóvenes viven encerrados en las coordenadas de sus puntillistas «moments of being», es decir, del mero arco temporal de sus existencias. Hombres y jóvenes que elaboran su alma con los impulsos del instante y que, al final, acaban teniendo unas almas cuya altura no levanta dos palmos del suelo.
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La augustas plegarias de la mente, son la atención y el entendimiento. Mirar en lugar de ver, analizar y estructurar experiencias en lugar de meramente tenerlas. Caer en la cuenta y sopesar, dos propiedades del espíritu que yo creo ya exiliadas definitivamente de la mayoría de los hombres.
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Mi soledad farfulla ociosa e inepta como la «p» en la palabra «psique».
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Me acuerdo de aquello de Rubén Darío: muy bonitos, muy bonitos, los versitos.
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«At tibi fortassis, si -quod mens sperat et optat-
es post me victura diu, meliora supersunt
secula: non omnes veniet Letheus in annos
iste sopor…»
Petrarca
A ti quizá, si, como mi alma espera y pide, has de sobrevivirme largamente, te aguardan mejores siglos: no ha de durar para siempre este sopor letal…