Diario

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Ulula el viento con una estridencia huracanada de rock muy propia de fríos esclavos drogados y sadomasoquistas. Agitamos torpemente, en vano, la esperanza de una jornada fecunda en sol, de una noche sin este cobarde tremar polar. No me inspiran estos escrupulosos ritmos naturales del casi invierno; no me inspiran los movimientos límpidos del pasado verano. El tiempo me aburre, la peste me aburre, la gente me aburre, los libros me aburren, Europa me aburre.

La felicidad, en este universo, radica en jugar a una especie de enclaustramiento doméstico. La felicidad, más allá de este universo, consiste en persistir en él. En casita puedes tomar cannelés, éclairs -mejor si rellenos de chocolate-, un buen tinto (Chateau La Lagune), gustar de los geranios y el trenzado musical de Bach, dormir la siesta de cuatro a cinco y media, buscar el adjetivo siguiendo ensimismado las formas helicoidales del humo de tu cigarrillo, fascinarte al recordar el cabello de las mujeres (oh las nymphettes) y las terrazas de los hoteles de la costa italiana, contemplar aquella foto de mamá (tan guapa) en Vespa, probarte un traje inglés, arrellenarte en un sofá Chesterton, odiar la celulitis, y, al final, feliz y confortado de tu confinamiento hogareño, meterte en la cama sin esfuerzo, y, antes de dormirte, imaginar que dialogas con Fedro y Aristófanes, que eres un noble viviendo en un palacio frente a los jardines de Luxemburgo, o que vives en una ciudad con dos cientos mil habitantes y ochenta mil prostitutas, compartidas por archiduques, obispos, burgueses, campesinos y menestrales. Nunca se malgasta la vida en la errabunda vagancia -¿papillon?- del dolce far niente hogareño. El movimiento es deletéreo (Flaubert) El placer reside en la quietud y no así en el chusco movimiento, esa pasión inútil de las masas. Esclavo es todo aquel que no dispone de nueve décimas partes del tiempo para sí. Esclavo es aquel que recibe cientos de mails en la oficina, y se aboba con el trabajo, y se divierte con hueco ocio fullero. Yo, Christian mi nombre, dispongo de casa decente y limpia, doméstica amable y guapa y, sobre todo, ante todo, lujo en la mente. ¿Oficio? Rentista y propietario rural. Si prefieres el placer aventurero a la prudencia, eres un descoyuntado insensato. El estricto aislamiento voluntario es la forma más inteligente para lograr la felicidad; solo conozco una intoxicación digna, la resumida en la palabra «ataraxia» o tranquilidad del alma. Si en tu vida hay más de uno, si sois como mínimo dos, ya hay traición. Para ello, para la gloria terrestre, se precisa una tropical mente y no una menguada mente liliputiense tan de moda en esta época. El hombre que sueña y piensa su asordada soledad es un Dios; el hombre farfullando en el bar es un mendigo. La sociedad solo causa quebraderos de cabeza, y, además, enseña con instrucción impostada. Todos los problemas del hombre nacen por no saberse estarse quieto en la habitación, declaró exacto el inmortal Pascal.

…..

Esta semana larga me leí cuatro libros. Los listo; por una parte «Entusiasmo», de Remedios Zafra, y, «Genealogía de la pantalla», de Israel Márquez, ambos en Anagrama. Los llamaré, respectivamente, «A» y «B». A y B comparten una liturgia léxica sui generis, una prosa periodística de zanahoria hervida (B con grumos afilosofados), una inventiva de mentes pizzicato propia de la era de las redes e Internet. A los dos autores les hubiera recomendado que, una vez escrito el libro, lo hubieran dejado reposar en el cajón (o en una carpeta virtual) y que, tiempo después, los volvieran a escribir partiendo de cero. A es un repaso bibliográfico que no arguye su propia visión o conclusión o tesis del asunto que trata. Vomita los datos leídos de modo precipitado; se nota que no maduró en su mente lo que estudiaba. Nunca hace conexiones temáticas a campos adyacentes de la lectura. Si escribo un libro sobre la pintura del Renacimiento debo poseer una abundante erudición teológica, histórica, estética, bíblica, filosófica, científica, etc.. sobre la época. Eso me permitirá hilar mi ensayo con agudas percepciones al sintetizar todos esos conocimientos en la explicación de un cuadro o un pintor. Israel Márquez lee, copia y pega, y lee circunscrito a su especialismo bárbaro. El libro es más un compendio e informe de lecturas que una aportación intelectual al tema que trata. La redacción de un estudiante aplicado e inteligente, poco (nada) más. B es más meditado, se nota que la autora algo se devanó los sesos. Eventualmente sorprende con una prosa elegante y artística (excepción en lugar de norma) Su fallo es que el relleno, el grosor del tubo, engaña respecto a lo pírrico de la pasta. De las 250 páginas le sobran ciento y pico. La autora no estudió matemáticas. Un matemático define las propiedades de un objeto matemático y SABE que son sobrantes hablar de las medidas de ese objeto (puede medir un milímetro o cien kilómetros o decenas de miles de quilómetros), de su color (es improcedente e innecesario que se refiera a, digamos, círculos rojos, blancos o negros), o que solemnice lo autoevidente (la suma de los ángulos de los triángulos es menor de 360 grados) Y no se me contrarazone que la prosa ensayística puede ser como yo no digo si busca propiedades literarias. Precisamente no agregar adjetivos rutinarios, no enumerar con paráfrasis repetitivas la misma idea, no aburrir con flujos de mucho orden o mucha entropía, es típico del rasgo literario. La autora, una vez escrito el libro, debiera haberlo empezado de la nada nuevamente, repensar compulsivamente sus temas y jibarizarlo drásticamente.

Los otros libros que me leí, fueron, respectivamente, «Vida escrita», de Joan Maragall, y «Ni venta ni alquilaje» de José Jiménez Lozano. Los llamaré «X» e «Y». X e Y tienen en común que son libros menores, concretamente artículos periodísticos del gran poeta y el justamente premiado novelista.

Si aúnas A, B, X, e Y en la mente, qué conclusiones infieres. Unas claves brumosas que apuntan a otros mundos subyacentes y otros muy disímiles sentimientos de la vida y anclaje con las cosas. Te asomas a esos libros y, aunque no estén, en unos ves tempo lento y moroso, quinqués, olor a oveja y chova, meditaciones religiosas, nieve calma en un paisaje, ves palabras como «reposadero», «escarapela», asendereada», «portapalomas», «retiñir», ves la sombra del impluvium tan fresca, la calidez del hipocaustum, el fresco de una capilla, el resuello de un tranvía, aromas de hortensias en una verbena, boinas ociosas de viejo, trajes regionales, aires de sierra, en fin, términos y causas precisos y palpables, hombres que se comprenden del todo, y logran incluso más que comprenderse del todo. El mundo que hay detrás de estos libros es sólido, rocas y esos míticos juramentos con un simple apretón de manos. El mundo de A y B que hay detrás es de un plastificado bizantino rosa de Koons; un rumiar banal sobre bibliografía secundaria sin relevancia, tiempo envasado en ideas desencarnadas -el que transcurre en las pantallas, el tiempo sin soporte molecular de la experiencia virtual-, tras estos libros asoman autopistas gigantescas, neones chillones, rascacielos con cubículos como nichos de cementerio, en fin, un cordón umbilical hilado a lo transitorio y una mente engarzada a pasajeros flashes inconsútiles. Las bodas intelectuales de X e Y seguro que se avienen con «Mimesis» de Erich Auerbach; las de A y B con «Cultura Mainstream» de Fréderic Martel. Un universo poblado por la Dulcinea de Cervantes, Dante, cuadritos rococó, el realismo del cheval ombrageux, Napoleón o la Bérénice de Racine; ecos, sí, de ese universo reverberan en X e Y. No así en A y B; un universo donde centellea la MTV -o la reseca de eso-, el K-pop, el estilo informal de las críticas de cine de Pauline Kael donde no tiene sentido, pues lo ha liquidado, la jerarquía high y low, Shakira y la Coca-Cola. Cada galaxia implícita en cada par de libros viene asociada con una ganancia progresiva de medios tecnológicos y una pérdida regresiva de medios intelectuales. Aunque los cuatro autores caben bien bajo la etiqueta de intelectuales, hay más vida intelectual en Maragall y Lozano que en Zafra y Márquez. Solo un cegarnos por las apariencias podría hacernos creer lo contrario, más o menos como si creyéramos que la portada del disco de Supertramp «Crisis? What Crisis?» es más densa conceptualmente que cualquier mediocre pintor académico del XIX.

Dados dos lenguajes de igual categoría, uno del siglo XX y uno del XXI, el primero posee mayor fuerza (estética, cognitiva, sapiencial) El murmullo de fondo de violín bachiano se ha convertido ahora en música de ascensor.

Tomo al azar un pasaje de T. Hardy «No supo cuánto tiempo pasó en aquella duermevela. Abrió los ojos de repente. El leño que sostenía el fuego se había partido por la mitad y había dejado de llamear; la vela que había dejado en la repisa de la chimenea casi se había consumido. Pero persistía sin embargo un resplandor en la estancia, aunque procedía de otra puerta. Darton volvió la cabeza y vio a la mujer de Philip Hall en el umbral, con un candelabro en una mano y un hervidor de té en la otra»

Cito ahora de una novela de R. Wolfe «El calentador hace BLOF y el agua empieza a correr por las cañerías. La puerta del baño está entornada. El tipo debe estar ahí, tarareando en previsión de la follada, que imagina guarra, salvaje y guarra bajo el chorro de agua hirviente y vapor y flujos de animal nervioso en el ambiente, quizá su mayor vicio, su mayor debilidad»

De la sutileza del matiz y la delicadeza de observación moral al desgarro punk nihilista de trazo grueso, de la mampostería elegante de un hervidor de té al cacofónico BLOF, de una mujer en el umbral de la puerta a un sádico estuprador salivando y tarareando como un cerdo, de la suave voz poética «duermevela» y «candelabro» o «vela» al lapo de las palabras «guarra» y «follada», del tono de caballero al tono de lavadero industrial, de la sintaxis que fluye en pensamiento a la abrupta gramática de esquizo, de un leño que paulatina, lentamente, cesa de llamear, a una tubería oxidada rota. Bah, a qué seguir. Wolfe se arquea como una literatura propia de A-B, Hardy serpentea en los modos de una imaginaria literatura de X-Y.

Entre A-B y X-Y también hay toda una urdimbre de alusiones, símbolos, ritmos que separan sus dos energías creativas. Una está familiarizada con la noche estrellada, las sombras de las iglesias y sus himnos rituales, las formas del mundo natural (plantas, flores, pájaros, nubes, árboles), las leyes de un orden moral natural como lo puede ser el granizo. La otra padece una embotada sensibilidad cromada, de flores artificiales, de kitsch decorativo, de una astronomía de videojuego, de un reino donde la palabra es esclava de la imagen, de una época histórica de «retirada de la palabra» (Steiner), en resumidas cuentas, de ilotas de la palabra inmersos en una baraúnda de música enfáticamente coribántica y en una iconosfera martilleándoles gossips y empaquetadándoles ideología prêt-à-porter. Antes la tradición y el estudio te convertía en el que debías ser, ahora el slogan publicitario te recubre con la imagen que engañosamente crees más convincente de ti mismo.

Si se cuestiona el discurso tradicional sobre la verdad o la belleza, y solo existen «dispositivos de verdad» o «arbitrarias bellezas» que, encima, son tácticos, políticos y transitorios, si se impone el evangelismo tecnológico y económico como religiones liberadoras, estos desmontajes a la moda solo horadan la civilización para que ganemos una astronómica amnesia. Seguramente muy pocos leen a Maragall o a Jimenéz Lozano, también pocos -presumo-, pero más, a Zafra y Márquez (al fin y al cabo tienen el hándicap de ser scholars en un cosmos donde se impone como cultural el mismo desprecio a la cultura y la academia) Dentro de poco, si no ya, se generalizará la lectura de los productos que escriban (o les escriban) las celebridades activistas (periodistas, actores, deportistas, influencers de Tik Tok, Instagram o Youtube, etc…) Mi profecía apocalíptica la vivo como una hipótesis alucinatoria y sin prueba alguna susceptible de no corroboración. Porque sí, yo también soy ahora un bárbaro, crucé la frontera y solo sé pensar con mazas.

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